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18 julio 2016 • Los secesionistas han puesto, alborozadamente, el grito en el cielo

Manuel Parra Celaya

Micrófonos para la historia

EspíasMe entero de que sigue su cansino curso la investigación sobre las grabaciones en el mismísimo despacho del Ministro del Interior; también escucho en los medios que se intentará que tales investigaciones sean lo más rápidas posibles y, por supuesto, que se llegará al fondo del asunto. Bueno. Independientemente de que a un servidor le parezca una historieta digna de Mortadelo y Filemón, considero que nunca hay que menospreciar a los clásicos y, así, lo primero sería acudir al viejo adagio latino de Cui prodest? para llegar a las fuentes, mejor dicho, a los micrófonos.

Evidentemente, el gran beneficiario del espionaje, escucha, grabación y divulgación incluidas, es el separatismo en Cataluña (obsérvese que no digo de Cataluña, porque, además de no responder a lo genuinamente catalán, sus bases están trufadas de lo que llamaban charnegos y demás nouvinguts de todas las procedencias, a los que se ha prometido el oro y el moro (con perdón) en el nuevo edén de la república catalana, eso sí, regida y administrada por los de siempre. Además, en esta España de nuestros pecados, los separatistas (y los separadores) proliferan en todos los territorios de nuestra geografía, como forma más llamativa del particularismo (Ortega dixit), que prolifera por doquier en todos los ámbitos auspiciado por el Sistema y sus disvalores.

Los secesionistas han puesto, alborozadamente, el grito en el cielo; y lo del alborozo se explica de forma suficiente cuando se recuerda que todo nacionalismo es un monstruo que se retroalimenta de victimismo, que contiene grandes dosis de masoquismo, como señalaba con agudeza el otro día mi gran amigo y periodista de raza Roberto Giménez, a raíz del debate entre Pilar Rahola y Artur Mas en televisión. No paran de manifestar, urbi et orbi, que existe una operación secreta de los servicios de Inteligencia del Estado dedicada a desacreditar al nacionalismo catalán, en busca de trapos sucios, revolviendo los rincones y levantando las alfombras; parece que el nuevo eslogan que añadirán al España nos roba es el de España nos espía…

Si existiera esa operación secreta, por una parte, ¿qué tendría de extraordinario? Una de las tareas encomendadas a todo Estado que se precie es velar, no solo por su propia supervivencia, sino, ante todo, por la unidad de la Nación que administra y por el cumplimiento de las leyes; no se trataría de nada fuera de lo normal que se investigara a quienes, pública y notoriamente, las han desafiado y desobedecido –sin que pasase nada, recordemos- y tienen a gala el objetivo de desmembrar el cuerpo nacional.

Por otra parte, no creo que requiera un tratamiento de misión imposible, a lo James Bond, encontrar esos trapos sucios, sin necesidad de revolver los rincones ni levantar muchas alfombras; la mayoría de ellos están a la vista y se han publicado en todos los periódicos no afines ni subvencionados por el nacionalismo en el poder. El ciudadano de a pie se pregunta, entre atónito y escandalizado, sobre el diferente trato –prisión preventiva incluso- otorgado a los chanchulleros, defraudadores, chorizos y manguis de toda laya y partido y a los de idéntica ralea identificados con el separatismo. ¿Se tratará del viejo dicho de que un delito a pequeña escala es un crimen y otro a gran escala no es más que una estadística?

Volviendo a la historieta de Mortadelo y Filemón, esto es, a las grabaciones de la presunta reunión secreta, podríamos añadir -con pena- que las actuaciones del Estado democrático siguen oscilando entre el laissez faire y el ridículo. O, dicho de otro modo, responden a una larga trayectoria de un Estado español que, puesto a no ser creyente, no cree ni en sí mismo. Lo más grave es que acaso tampoco cree mucho en España.