Widgetized Section

Go to Admin » Appearance » Widgets » and move Gabfire Widget: Social into that MastheadOverlay zone

11 julio 2016 • El mundo moría de vejez... • Fuente: La Tribuna de Albacete

Juan Pablo López Torrillas

Paris “2024”: el universo hacia su destrucción

jean-dutourdHace unos días terminé de leer esta novela de Jean Dutourd (1920-2011). El que fuera miembro de la Academia Francesa, y uno de los más importantes novelistas y ensayistas franceses del siglo XX, con cerca de un centenar de obras a sus espaldas, nos propone con esta historia, escrita en el lejano 1975, una llamada al sentido común, que, como saben, es el menos común de los sentidos.

En Paris “2024”: el universo hacia su destrucción (Sagitario Ediciones, 1976) la acción trascurre en la capital francesa, en un nada lejano 2024, donde el promedio de edad de la población “son los setenta años”. En uno de sus paseos matutinos, el protagonista principal, que a su vez hace de narrador, queda sorprendido al advertir que un hombre joven pasea con quien descubrimos ser su hijo, Fréderic Poinsot y Jean-Pierre, respectivamente. Y la novela nace de su encuentro, del diálogo surgido:

“Mi paseo con los Poinsot,…, resultó delicioso. Me produjo tanto placer como una escena de Moliére o de Shakespeare, autores a los que ya no puede representarse por falta de actores jóvenes, y a los que tanto me hubiese gustado aplaudir”.

Y es que, lo que Dutourd nos pinta es un cuadro gris, tirando a oscuro, donde la natalidad, tanto en Francia como en el resto del planeta, ha descendido hasta casi desaparecer. Por ello la sorpresa del narrador, “que había nacido en una sociedad sólida, gobernada por los viejos valores morales y regida por la política tradicional, donde florecían aún el arte y la literatura. Luego, repentinamente, la ciencia y la técnica habían arrumbado con todo, pisoteando, destruyendo y renovando lo que parecía inconmovible”. Pues literatura y arte dejaron de florecer en el París del año 2024, donde la mayoría de las escuelas y universidades habían tenido que echar la llave por falta de niños y jóvenes. Y también comercios, y teatros y museos.

El mundo moría de vejez, se extinguía en el aborto y las pastillas del día después, y en la eutanasia.

Nos encontramos con reflexiones que son un ¡viva! a la tradición, lo que para Chesterton es “la transmisión del fuego, que no de las cenizas”. También es un canto a la esperanza de una humanidad que terminará, no queda más remedio, naciendo de las tinieblas a la luz. Y en medio, la sociedad del ocio –ilimitado-, la obsesión por la esbeltez, la liberalización femenina y el feminismo naciente -¡contra la mujer!-, el derecho a la felicidad, los bancos de esperma y vientres de alquiler, la conflictividad familiar, y, tratándose de un narrador católico, ¡ojo con lo que nos sale!, pues no falta la llamada de atención a esos curas:

“idénticos a cualquier anciano laico, capaces solamente de preocuparse por las cosas materiales. Constituían, sin duda, los restos de aquel clero socializante de finales del siglo anterior; tipos que apenas creían en Jesús y que solo se interesaban por la política progresista y por la reivindicación obrera. Unos sacerdotes que ya no creían en el infierno, ni querían oír hablar de él: negaban hoscos su misma existencia, considerándolo como una especie de insulto personal”.

Y es que, quizás, como nos recuerda el narrador, que habla muy probablemente en nombre del propio Jean Dutourd, “tengo el convencimiento de que el gran crimen del siglo XX ha consistido en suprimir el pecado, y, sobre todo, el pecado original”. Novela no apta para mentes prejuiciosas, quedan advertidos.