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22 junio 2016 • Me encantaría quedar a tomar un café con Chesterton... Y hablar y hablar

Juan Pablo López Torrillas

Chesterton, ochenta años después

ChestertonEscribo estas líneas la noche del martes 14 de junio, cuando se cumple el ochenta aniversario de la muerte de ese coloso, por su vida y por su obra, que fue Gilbert Keith Chesterton (1874-1936). Escribir de este joven grandullón, cuando uno lo admira tanto, se me antoja cosa harto difícil. Pero no podía irme a la cama sin anunciar que Chesterton ha muerto a toda aquella gente que no sabía que Chesterton estaba vivo.

Con un centenar de obras a sus espaldas (la editorial Ignatius Press, de San Francisco, ya suma 37 los tomos de sus obras completas), podemos decir que en el mundo de las letras lo fue todo. Y escribió de todo, de lo humano y de lo divino, y en cualquier formato: poesía (La balada del Caballo Blanco), novela (El Napoleón de Notting Hill), cuento (las aventuras de El Padre Brown), teatro (Magic), ensayo (Ortodoxia, El hombre eterno), biografía (Santo Tomas de Aquino), o miles de crónicas, reportajes y artículos periodísticos (El hombre Común), pues por encima de todo él se sintió periodista; y suma y sigue.

Yo no sé ustedes, pero a mí, hoy, en este mundo tan moderno y tan pestilente, tan hipócrita y tan blandengue, tan despistado -rumbo a ninguna parte-, tan materialista y tan pretendidamente ateo, como digo, a mí hoy lo que me encantaría sería quedar a tomar un café con Chesterton, o a comer, o a cenar, que a los manteles ascos no hacía, ni a las tabernas. Y hablar y hablar. Por su gratitud y amor a la vida (¿cómo no estar agradecidos, si podríamos no existir?). Por su mirada limpia, clara y alegre de lo que ocurría a su alrededor. Por su entusiasmo y gratitud vital. Por su coraje, valentía y sacrificio en la defensa de aquello en lo que creía. Por su virtuosismo. Por su amor a los pobres, los sencillos y los humildes, y por la práctica de la caridad, que es la mejor y más perfecta práctica de misericordia. Por su beligerancia contra el relativismo, el comunismo y el capitalismo. Por su sentido común. Por su defensa infatigable de la familia (“El lugar donde nacen los niños y mueren los hombres, donde la libertad y el amor florecen, no es una oficina ni un comercio ni una fábrica. Ahí veo yo la importancia de la familia”, escribió). ¡Ay, si levantara la cabeza! Y -si es que aquí se puede terminar-, por su amor a Jesucristo y a su Iglesia, y por la defensa sin cuartel de la ortodoxia católica, que “es la única forma de heterodoxia que nuestra época no admite”. Vivo, muy vivo, tanto que, en las últimas semanas han sido varios los sacerdotes que, desde el púlpito, han apelado a su sabiduría para pronunciar su sermón. Por increíble que parezca.

Termino. Cuenta Luis Ignacio Seco en su magnífica biografía Chesterton: un escritor para todos los tiempos, que llegada la hora de partir a quien desde aquí tributamos, en los últimos momentos de lucidez: “En uno de ellos, Chesterton aprieta la mano de Frances –su esposa- y le dice quedamente: -El asunto está claro… Todo está entre la luz y la oscuridad…y cada uno debe escoger…”.

*Dedicado al cardenal Antonio Cañizares.