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20 junio 2016 • "votad lo que os parezca menos malo"

Manuel Parra Celaya

Mediocridad y conceptos

Papeletas eleccionesNo descubro el Mediterráneo si afirmo que ninguna idea de España saldrá de las próximas elecciones; y, al decir idea, me refiero a su concepto, a su posible proyecto y a alguna propuesta cabal para solucionar su problema, y sí, todo lo más, alguna aportación para hacer frente a sus problemas.

No es escepticismo, sino constancia de que ninguna de las opciones electorales ostenta, en su trasfondo ideológico, lo que he llamado repetidamente el apriorismo de España, es decir, el supuesto de que su existencia y la unidad deben constituir, de antemano, lo que Ortega denominaba un dogma nacional, previo, incluso, a cualquier mandato constitucional. Y ello es así porque las alternativas electorales responden a una sumisión al Pensamiento Único, si bien desde diferentes perspectivas. El concepto de una patria representa un estorbo, al igual que lo son otros valores, como la religión, la consideración profunda dl ser humano, la familia o la justicia en las relaciones socio-económicas.

Ya sé que es recurrente acudir a la dicotomía entre valores y pragmatismo; se equipara a la distancia entre el Mundo de las Ideas y el Mundo de las realidades del platonismo, y es cierto. En la mayoría de las ocasiones, el político con cualidades y vocación de estadista se verá obligado a contar más con la circunstancia en la que tiene que desenvolverse que con lo que cree y valora en su fuero interno; de ahí, el tremendo abismo que suele existir entre la política y la eticidad. Pero ello no debe ser óbice para que, por una parte, sea consciente de esos apriorismos esenciales y, por otra, no se limite a ser arrastrado por esa circunstancia, en línea de comodidad y eclecticismo, sino que intente contribuir a su transformación, en línea de esfuerzo, aunque sea impopular.

Me temo que, hasta ahora, no ha sido así en los gobiernos de la democracia, y el concepto de España, su posible proyecto y la atención a su problema se han ido desdibujando (si es que alguna vez existió un esbozo completo) en los programas electorales. Existen, sí, sus derivaciones en cuanto al modelo que debe adoptar el Estado –instrumento al servicio de la patria-, y en este punto se oscila entre la reafirmación del actual sistema autonómico (no se cuestiona, por supuesto, su ineficacia y necesaria revisión), un confuso federalismo y un aún más confuso confederalismo; la evidencia más clara de que no existe ese apriorismo de España es que, entre las opciones electorales, figuran sin problema las que proponen el cuestionamiento de la unidad, en clave de referéndum, o las que, simple y llanamente, proponen la secesión de un territorio. Aunque aprendiz en Derecho Constitucional, uno supone que la parte dogmática de cualquier Carta Magna establece un límite para las opciones electorales; ¿alguien aceptaría una propuesta de programa que atentara contra la igualdad ante la ley o la no discriminación por motivos de raza, por ejemplo?

No existe, por lo tanto, la afirmación de España rotunda, expresa y previa a toda consideración entre las ofertas de los partidos en liza, y estamos abiertos al albur de que nuestra realidad histórica se nos pueda romper de entre las manos, dependiendo de la inclinación del voto de unas determinadas generaciones, a las que se ha escamoteado ese apriorismo de lo español en las aulas o desde los medios de difusión y propaganda.

Pero también es cierto que se da una gran distancia entre las propuestas, y se pueden constatar unas trayectorias ideológicas, el cumplimiento de unos compromisos en lo tocante a este punto, unas tendencias, una firmeza o laxitud y algunas afirmaciones electorales, aunque sean entre líneas. Y aquí debe imperar el pragmatismo, aunque no la ilusión, si no del político, sí del ciudadano consciente.

Alejada la tentación de la abstención que, a lo peor, favorecería al más alejado de las creencias mencionadas, no habrá, pues, otro remedio que acudir al consabido «votad lo que os parezca menos malo».