Widgetized Section

Go to Admin » Appearance » Widgets » and move Gabfire Widget: Social into that MastheadOverlay zone

29 mayo 2016 • La salvación se compara con un banquete, símbolo de todos los bienes, al que Dios nos invita

Marcial Flavius - presbyter

2º Domingo después de Pentecostés: 29-mayo-2016

Rito Romano Tradicional

Evangelio

Lc 14, 16-24: En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos esta parábola: «Un hombre daba un gran banquete e invitó a muchos. A la hora del banquete mandó a sus criados a decir a los invitados: Venid, que ya está preparado el banquete. Y todos a una comenzaron a excusarse. El primero dijo: He comprado un campo y necesito ir a verlo; te ruego que me excuses. Otro dijo: He comprado cinco pares de bueyes y voy a probarlos; te ruego que me excuses. Un tercero dijo: Me he casado y no puedo ir. El criado regresó y se lo contó a su amo. El amo, irritado, dijo a su criado: Sal de prisa a las plazas y a las calles de la ciudad y trae a los pobres y a los inválidos, a los ciegos y a los cojos. El criado dijo: Señor, he hecho lo que me mandaste y todavía hay sitio. El amo le dijo: Sal por los caminos y cercados, y obliga a la gente a entrar para que se llene la casa. Pues os digo que ninguno de los invitados probará mi banquete».

Goya: “Parábola de los convidados a la boda” (Oratorio de la Santa Cueva de Cádiz)

Reflexión

La Liturgia de este domingo presenta la salvación como un banquete, símbolo de todos los bienes, al que Dios nos invita. Desde antiguo y mediante símbolos fácilmente comprensibles, los profetas habían anunciado el Cielo como destino definitivo de la humanidad. El mismo Dios nos habría de conducir hasta ese monte santo: «Preparará el Señor de los ejércitos para todos los pueblos, en este monte un festín de manjares suculentos…» (Is 25, 6).

Pero, junto a esta invitación, el Evangelio de la Misa nos habla del misterio del mal: los hombres podemos rehusar ese ofrecimiento. Los convidados que rechazan la invitación representan a todos aquellos que, sumergidos en sus ocupaciones y asuntos terrenos, parecen no necesitar para nada de Dios: “No tengo tiempo, imposible. ¡lo siento!…”. Los jóvenes no tienen tiempo porque están labrándose el porvenir. Más tarde, cuando son padres o madres de familia, han de ocuparse del futuro del hogar… Todos nos vemos asediados por esta tentación: dispensarnos de acudir a la llamada divina.

El amo de la parábola se irritó. Las excusas habían sido buenas, los modales corteses, pero existe un desorden: lo principal (la vida eterna con Dios) ha sido suplantado por lo secundario: los intereses terrenos.

1. Dios nos ha colmado de gracias en el orden natural y en el sobrenatural. Pero el hombre abusa de las gracias haciéndolas estériles, no dejándolas producir los frutos que Dios desea: por distracción, por inconstancia, por resistencia positiva…

Las consecuencias son la vulgaridad de vida y la tibieza: conservamos la gracia pero hemos pasado a ser un alma mediocre, ni bueno ni malo; el pecado habitual (el primer pecado sacude tremendamente la conciencia… después acaba pareciendo casi natural). Endurecimiento: insensibilidad, nada conmueve… Dios, viéndose despreciado retira sus gracias y no tiene él «la culpa».

2. Correspondamos a la gracia. Tomémonos en serio la invitación de Dios. Él es demasiado grande para que le demos sólo una parte de nuestro corazón, de nuestro tiempo, de nuestro esfuerzo…

Escuchemos en este día la voz de Dios. No endurezcamos el corazón y cuando todavía es tiempo de merecer procuremos conservar y hacer cada día más hermosa la blanca vestidura de la gracia en nuestra alma.