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20 mayo 2016 • Cine subvencionado y políticamente correcto • Fuente: La Tribuna del País Vasco

Fernando José Vaquero Oroquieta

Un Goya y muchas imposturas en «Hijos de la Tierra»

Druida PanoramixEl documentalista navarro Javier Uriz viene recorriendo la geografía foral –y otros lugares de España- promocionando su film Hijos de la Tierra, del que es codirector, en instalaciones culturales de diversas localidades navarras, grandes centros comerciales, incluso en ¡la prisión de Pamplona! Una película merecedora del Goya al Mejor Cortometraje Documental Español, concedido en la gala de 2016 celebrada el pasado 16 de febrero. ¡Nada menos! Y nada más. Bienvenida sea la cultura.

Su tesis central: existen múltiples remedios naturales para nuestras enfermedades; una inmensa, y en buena medida desconocida farmacopea vegetal a la que todos tenemos derecho. Y se encuentra disponible muy cerca de donde vivimos cada uno de nosotros. Pero un enemigo muy potente trata de impedirlo: la Industria Farmacéutica; que en este sentido relevaría, a su juicio, en maldad y voracidad ¡a la Iglesia Católica!

El film apena dura 35 minutos, el fruto destilado de más de 150 horas grabadas a lo largo de tres años de viajes por el mundo. En los breves testimonios recogidos en la película se reitera una sorprendente unanimidad: la Iglesia Católica habría perseguido encarnizadamente a quienes, en comunión con la Naturaleza, practicaban tales remedios y transmitían tan ancestrales conocimientos; ya fuera en Francia, Inglaterra, Navarra, Alto Amazonas o la selva lacandona. Druidas, brujas, hechiceros, magos…, todos ellos habrían sido sus víctimas propiciatorias. Ya se sabe: la Inquisición… ¡siempre con la Inquisición a vueltas! Y de paso, Hijos de la Tierra nos esclarecerá respecto al mismísimo Camino de Santiago; no en vano, según allí se dogmatiza, se trataría en verdad de una vía místico-iniciática ya pateada por los druidas celtas quienes, a su vez, aprendían –y enseñaban- sus remedios a cuantos semejantes se interrelacionaban con ellos. Vamos: una auténtica Alianza de las Civilizaciones en la prehistoria europea. Unos aprendices que, por su fuera poco, además eran músicos y trovadores. Precioso y conmovedor. Pero llegó la Iglesia y se acabó el invento; pues no hay película sin “malo” y que tal sea aquélla vende más. En suma: tópicos, mitos y leyendas “políticamente correctos”; unas cuantas frases repetidas hasta la saciedad en su vulgata pseudo-espiritual.

El autor, interpelado por un asistente a unos de esos eventos en Pamplona, reconoció en público que desconocía el alcance “ecologista” de la figura de San Francisco de Asís, y todo lo asociado con lo que se viene denominando como Teología de la Creación. Si el codirector ignoraba, al menos entonces, estos debates, más o menos comunes en ambientes de un nivel intelectual medio, nos preguntamos, ¿cómo iba a tener conocimiento, por ejemplo, de la mayor catástrofe ecológica perpetrada en el siglo XIX español por la tala de bosques a nivel industrial desplegada por los beneficiarios –y desde entonces ricachones- de las desamortizaciones eclesiásticas? Ciertamente, al amparo de monasterios y cenobios, el respeto al bosque y a los usos ancestrales asociados al mismo, eran práctica común en una sociedad tradicional insertada plenamente en la Naturaleza y al servicio de sus moradores: si un árbol era talado, se plantaba otro, por ejemplo.

Mucho tememos que el dicharachero director y su séquito también desconocerán, entre otras, que los grandes tratados naturalísticos de tan despreciada Edad Media fueron obra de ¡religiosos y eclesiásticos cristianos! O que los únicos “médicos” de la época, además de los sanadores y expertos en hierbas del lugar, eran religiosos que servían al pueblo altruistamente con sus remedios… naturales, pues apenas existían otros. Y dejémonos, al respecto, de Alquimias y otras supuestas ciencias herméticas de las que tanto se escribe y tan poco se sabe con exactitud; seguramente por pertenecer tales al género de la fantasía y el deseo. Unas pseudo-ciencias que, según viene relatando en sus encuentros, también atraerían al señor Uriz, al igual que a la inmensa legión de las cada vez más numerosas “disciplinas” de la New Age y las denominadas “ciencias ocultas”.

No obstante, aunque el documental “haya ido a lo fácil” –arremeter contra la Iglesia es, hoy en día, salvoconducto seguro de respetabilidad cultural y política-, no por ello carece de ciertas virtudes. Una buena fotografía, música sintética relajante, imágenes evocadoras desde una perspectiva pedagógica, y una buena admonición final a base de sentidas intenciones con las que casi todo el mundo puede identificarse: practicar un menor consumismo, buscar un mayor autoconocimiento, respeto a la Naturaleza, paz y amor; mucho amor, el nirvana aquí y ahora, oiga. Pero todo ello sin pasarse: nada de propuestas de decrecimiento al estilo de autores izquierdistas, caso de Serge Latouche; por cierto, muy bien acogidas por intelectuales neoderechistas como Alain de Benoist. No en vano “a todos nos gusta vivir bien”, que dicen los/as chicos/as de la “izquierda-caviar”.

Un acervo, el de Hijos de la Tierra, muy difundido y aromatizado con un tufillo variedad “Código Da Vinci”: la “Madre tierra” por aquí, la “unión materia-espíritu” por allá, la “conciencia cósmica” acullá. Una emanación más de las vaporosas e irracionales corrientes de la New Age contemporánea y, más concretamente, de los gnosticismos.

A decir de Alberto Buela, por gnosis debe entenderse -según refiere en un esclarecer y sintético artículo publicado en Razón Española allá por 1998- a «aquel tipo de saber que privilegia el conocimiento intelectual como acceso a la vida del espíritu. Gnóstico y gnosis significan en griego conocimiento, instrucción. Pero este conocimiento no es de tipo popular sino más bien elitista (…) Se trata de combinar las categorías del saber filosófico corriente con un fondo de aspiraciones religiosas indeterminadas denominadas primordiales».

Nada nuevo bajo el sol pues, tal y como se dice en Rusia, “cuando se deja de creer en Dios, se cree en la herradura”. De hecho, múltiples polémicas diversas aparte, si algo trajo el cristianismo fue la liberación de primitivas supersticiones, de la esclavitud de horóscopos y predicciones, del fatum que aterrorizaba a los antiguos. Dios hecho hombre y compañía para el hombre; devolviéndole su rostro verdadero. Así que se les acabó el negocio a sinvergüenzas y charlatanes. Pero están regresando y están entre nosotros: la herradura de nuevo y en múltiples variedades aptas para el voraz consumismo que se nos ha desatado.

Este recorrido por el mundo de las ideas que nos muestra Javier Uriz no es nada original. Así en esta obra perpetra y propone los mismos atajos intelectuales que múltiples gnosticismos efectuaron análogamente a lo largo de los siglos en fingido contraste con las estructuras mentales y materiales de las que denominan despectivamente “religiones jerarquizadas”: confusión conceptual, panteísmo descafeinado, polémicas problematicistas, caprichos subjetivos, sentimentalismos extremos, liderazgos carismáticos indiscutidos… De este modo, Buela, en el citado texto, ejemplifica la situación así: «Nuestros gnósticos contemporáneos, pretendiendo seguir a Nieztsche, niegan toda metafísica occidental y dan un salto hacia atrás de tres mil años pero, sin siquiera tomarse el trabajo, al menos, de explicar sus proposiciones apodícticas como hizo Nietzsche con las suyas. Así, por ejemplo, sostienen que el Asgard de los Edda es la residencia de los Aswen y el de los reyes divinos primordiales. O, cuando tratan un tema histórico como de los templarios lo mitifican hasta hacerlos reaparecer en Guatemala». Y concluye: «La gnosis moderna es un atajo al saber porque no significa ningún esfuerzo, ni intelectual ni moral, como lo exige el acceso a la verdadera sabiduría -la filosofía griega, el derecho romano, la teología mística cristiana, la música clásica, el arte gótico, la pintura como splendor veri, etc.- dado que es una colección de términos esotéricos de cierta resonancia y frases crípticas más o menos ocurrentes, que cada autor acomoda a su gusto y piaccere».

Un camino recorrido –vemos- por Javier Uriz, su equipo y toda una industria cinematográfica alimentada al calor de las subvenciones públicas y, por ello, sometida al poder y las modas dominantes. Y la prueba es ese galardón, el Goya; pues el documental rinde tributo a los tópicos de los “políticamente correcto” destilados desde sus factorías culturales, impartiendo “doctrina”: dogmatizando y adoctrinando.

Hijos de la Tierra es una obra mediocre técnicamente hablando, intelectualmente paupérrima, sentimentalmente empalagosa…; un producto de marketing ideal para esta cultura de masas que, en nombre de la Tierra, de la Humanidad y del propio Hombre, reduce a la persona en un simple consumidor y productor acrítico, atomizado e ignorante. Y, por todo ello, manejable por el poder: el que sea y por cualquiera de ellos.

De ahí el título de estas reflexiones: un premio Goya y muchas imposturas… intelectuales.