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11 mayo 2016 • Cervantes es el arquetipo de individuo hispánico, que refleja las señas de identidad del español

José María Hernansáez Dios

Miguel de Cervantes, el príncipe de las letras y el soldado heroico de los Tercios

Plaza de España (Madrid)

Plaza de España (Madrid)

Durante este mes de abril se ha venido conmemorando, tanto en España como en el Reino Unido, el IV centenario de la muerte de los genios máximos de la Literatura: Miguel de Cervantes y William Shakespeare.

Cervantes y Shakespeare

Conservo un artículo de prensa a propósito que guardo entre las páginas de un viejo ejemplar del Quijote, escrito por G. Suárez (La Razón, 1-enero-2005) y publicado días después de que se inaugurase en Alemania el «Año de Einstein». Tal escrito recoge las opiniones comparativas y favorables a Cervantes expuestas nada menos que por una conocida personalidad británica: el periodista y escritor Simon Jenkins, galardonado por su Graciosa Majestad con el título de ‘Caballero del Reino Unido’ y quien fuera director del prestigioso y decano The Times, así como popular locutor de la BBC.

Jenkins –según recoge Suárez- se lamentaba de que en el Reino Unido se hubiese prestado más atención a la “teoría de la relatividad” que al IV centenario de la obra de Cervantes:

«No tengo nada en contra de Einstein», pero «si no hubiese existido, la Física le habría inventado tarde o temprano. Su teoría de la relatividad se limitó a entender la naturaleza». Sin embargo, «no ocurre lo mismo con Miguel de Cervantes, quien contó una historia que nadie más habría podido contar. Si Cervantes no hubiese existido, nadie podría haberle inventado. El tapiz europeo tendría un agujero».

Para Jenkins (seguimos a Suárez), El Quijote y Hamlet suponen «la introspección de la era moderna». Pero, en su opinión, la obra maestra de Cervantes también supera a la de Shakespeare: «El Quijote es más imaginativo, más divertido, más triste, tiene una mente más elevada y una mejor conversación». Por ello, reiteró, que «el Quijote es una de las cumbres indiscutibles de la civilización occidental».

Viniendo estas declaraciones precisamente de un prestigioso inglés, supone para nosotros todo un halago. Pero, en fin, que sean los eruditos de la Literatura quienes entren en disquisiciones sobre quién de estos dos genios supera al otro en algo. Dado que todas las comparaciones son odiosas, para los que somos ciudadanos de a pie: tanto monta, monta tanto el autor inglés como el español. Cervantes es para España lo que Shakespeare para el Reino Unido. En todo el Occidente ambos genios deberían conmemorarse siempre juntos aprovechando sus coincidentes aniversarios.

Como viene haciendo un ‘colectivo’ de españoles, quien estas líneas escribe, celebra y conmemora en el aniversario de Cervantes al príncipe de las Letras y al soldado heroico de los Tercios, quien fuese un entusiasta de la Infantería (ver ‘El vizcaíno fingido’). No en vano, existe en el ámbito castrense de la Infantería un premio: ‘Miguel de Cervantes, soldado y escritor’.

Miguel de Cervantes, el soldado en combate

Miguel, tras haber herido en duelo a espada a un principal, pone tierra de por medio emigrando a Italia, país tan lleno de vida española. Y si figura un tiempo en el séquito del cardenal Julio Acquaviva, decide posteriormente alistarse en el Ejército, cuyos tercios permanecen de guarnición tanto en la Italia peninsular como en la insular.

Para ser admitido es requisito imprescindible presentar un certificado de ‘pureza de sangre’ (según los cánones de aquellos tiempos). Debido a ello, Miguel, solicita por carta a su padre, el cirujano (y ‘barbero’) Rodrigo de Cervantes, la obtención de un documento en el que se acredite que tanto sus padres como sus abuelos por ambas ramas han sido siempre modelo de “cristianos viejos”. Con tal acreditación ya en su poder, en 1570 sienta plaza como soldado de Infantería sirviendo en la compañía de Diego de Urbina acantonada en Nápoles. «Has de saber, hermana –escribe Miguel-, que está en opiniones, entre los que siguen la guerra, cual es mejor, la Caballería o la Infantería, y hase averiguado que la Infantería lleva la gala a todas las naciones». (El vizcaíno fingido). Es la Infantería española la mejor tropa del siglo XVI.

Ya había demostrado saber manejar la espada con destreza, y ahora, en su Compañía, se adiestra en el manejo del arcabuz, arma trascendental para el combate en aquella época y en el ámbito de los Tercios.

Pronto estará lista la Armada de la Santa Liga con la que Don Juan de Austria se enfrentará a la escuadra otomana por el dominio del Mediterráneo y en defensa de Europa, acosada y desolada por el Turco.

En Mesina (Sicilia) el soldado Miguel de Cervantes se embarca en la galera Marquesa con su Compañía encuadrada en el Tercio de Miguel de Moncada. El 15 de septiembre de 1571 la flota se hace a la mar. En la mañana del 7 de octubre se divisan las primeras naves turcas en el golfo de Lepanto. Indistintamente de los gallardetes y banderolas que se enarbolan en cada nave, en lo más alto de los palos mayores o cofas de trinquete de las embarcaciones españolas flamea la bandera blanca con la roja aspa de Borgoña (la Cruz de San Andrés), pues siempre que se batalla –en tierra o en la mar- se hará bajo sus pliegues. A las 11 se entabla combate. La doctrina de guerra en aquellas fuerzas navales del Mediterráneo, dada la escasa efectividad de la artillería en tal época, era la de lanzar una andanada tratando de barrer la cubierta de la nave contraria, y si es posible desarbolarla, pasando a continuación al abordaje.

La Marquesa resuena con las órdenes que llaman a las armas. Cada cual corre al lugar que tiene asignado para la embestida. Unas repentinas detonaciones sacuden toda la estructura de la galera y llena de espeso humo la cubierta. El infante Miguel de Cervantes, que ya salió de Messina enfermo pero ocultándolo, lleva varios días tendido entre mantas en el sollado de tropa junto a la bodega, comido por la fiebre, pero ante el estruendo del combate aparta las mantas y coge sus armas. Le supone un gran esfuerzo ponerse en pie y trata de alcanzar la cubierta. Al verle un oficial en tal estado, pálido y tambaleándose, le ordena volver a la bodega y arroparse. Pero este soldado, como otros en su caso, no está dispuesto a perderse «la más alta ocasión que vieron los siglos» y le contesta al superior:

-Señor, siempre he servido donde se me ha mandado y ahora no haré menos.

-Nadie duda de vuestro valor, pero estáis enfermo y se os dispensa de combatir.

-¡Póngame vuestra merced, señor capitán, en el sitio que sea más peligroso y allí me mantendré y moriré peleando!

El oficial se encoge de hombros y se sumerge en la lucha. Aquel soldado no es otro que Don Quijote disfrazado de Miguel de Cervantes. Este dispara una y otra vez su arcabuz mientras espera el abordaje. Los cañones propios hacen fuego intentando barrer la cubierta enemiga. El tremendo choque de una nave turca contra La Marquesa derriba a muchos al suelo. El humo lo envuelve todo. Una nutrida descarga de arcabucería ha abatido a un buen número de turcos.

Y allí, en medio de la refriega, está el soldado Cervantes empuñando ahora su acero toledano en primera fila de pechos descubiertos en espera del inmediato abordaje. El capitán de la nave, Francisco San Pedro, le ha puesto al mando de doce hombres junto a un esquife en el costado de estribor. Cada tripulación pretende pasar a la embarcación contraria haciendo inevitable el cuerpo a cuerpo. La pelea se encarniza, pero en el ardor de la lucha apenas siente Cervantes un choque en la mano izquierda que la cubre rápidamente de sangre. Aun no se ha dado cuenta de que está herido cuando un golpetazo en el pecho le lanza violentamente hacia atrás. Trata de sostenerse pero cae al suelo.

Según el alférez Miguel de Castañeda, «peleó muy valientemente como buen soldado», recibiendo tres heridas de arcabuz; una en la mano izquierda y dos en el pecho.

«…yo triste estaba

Con una mano de la espada asida

Y sangre en la otra derramada.

 

El pecho mío de profunda herida

Sentía llegado, y la siniestra mano

Estaba por mil partes ya rompida;

 

Pero el contento fue tan soberano que

a mi alma llegó, viendo vencido, el

crudo pueblo infiel por el cristiano».

La mano izquierda le quedaría para siempre deforme e inútil. Pero como él mismo escribe: perdió la siniestra «para mayor gloria de la diestra» y de España.

Aunque en su galera han muerto más de cuarenta hombres entre infantes y marinos, se tiene constancia detallada de la actuación de Miguel en la batalla por los muchos testimonios de oficiales y soldados que en 1572 declararon a favor de este infante en un informe judicial.

Terminada, pues, la batalla con la victoria de la Coalición, aquel soldado gentilhombre es trasladado a un hospital militar de Messina donde convalece de sus heridas. Allí recibirá la visita de don Juan de Austria quien, informado de su comportamiento en la batalla, manda que se le incremente la paga, que se le cuide y atienda bien y que le tengan al corriente de la curación del ejemplar soldado.

En abril de 1572, casi recuperado, entra en el Tercio de Lope Figueroa, veterano de Flandes y de Lepanto. Toma parte en la expedición a Corfú, en la indecisa batalla naval de Navarino (o Pilos, en el Peloponeso, el 7 de octubre); en la captura de Túnez acompañando una vez más a don Juan de Austria (el 10 de octubre de 1573) y en la infructuosa expedición para socorrer La Goleta en 1574 (Es digno de mencionar que en Navarino había sido capturada la galera enemiga «La Loba» capitaneada por Amate. Los españoles contemplan atónitos cómo el hijo de Barbarroja es literalmente descuartizado a mordiscos por sus propios esclavos y galeotes liberados).

Batalla de Lepanto

Batalla de Lepanto

El resto de su vida militar lo pasará Cervantes, como soldado aventajado, de guarnición en Cerdeña, Lombardía, Nápoles y Sicilia. Su hermano Rodrigo permanece con él en el Tercio y ambos deciden finalmente regresar a España. Miguel de Cervantes porta en su rollo o canuto de hojalata estañado (donde los soldados guardaban sus papeles) una conducta otorgada por el propio don Juan y otras cartas de presentación del duque de Sesa, virrey de Nápoles. Con tales recomendaciones puede pretender en la Corte un puesto de capitán de los Tercios, o un oficio en la propia Corte.

Se embarca en la galera Sol que zarpa de Nápoles el 20 de septiembre de 1575 en compañía de otros navíos, pero a causa del temporal el Sol se queda rezagado de las otras naves frente a Marsella y es atacado por tres galeras de corsarios berberiscos. A Miguel de Cervantes se le encarga la defensa del castillo de popa, dirigiendo la artillería el ex-maestre de campo Diego Carrillo de Quesada. De un certero cañonazo logran eliminar una nave pirata, pero la galera solitaria es acosada una y otra vez rechazándose nueve intentos de abordaje, hasta que por fin es masivamente abordada y capturada parte de su tripulación, con ella los hermanos Cervantes, que son llevados cautivos a Argel y encerrados en las cuevas de los llamados Baños.

Al descubrírsele a Miguel las cartas del ilustre vencedor de Lepanto y del virrey de Nápoles, piensan que se trata de un hombre principal y piden un alto precio por su rescate. Sus padres se endeudan pero sólo logran obtener dinero para liberar, mediante la gestión de los frailes, a uno de ellos, por lo que Miguel decide que sea su hermano quien regrese a España.

El desafortunado soldado encabeza cuatro intentos de fuga que a punto están de costarle la vida en cada ocasión. Finalmente es vendido como galeote para ser encadenado a una galera que va a partir hacia Constantinopla. Es entonces cuando interviene Fray Juan Gil, uno de los frailes trinitarios que se juegan el tipo en Argel rescatando cautivos, y que porta 300 ducados de la familia de Cervantes. Logra con grandes esfuerzos completar los 500 que piden por Miguel y substraerlo de galeras en el último instante. Es repatriado tras cinco años y medio de penoso cautiverio.

Al regresar a España comprueba que la situación familiar no es muy halagüeña. Por demás, su hermano Rodrigo, reenganchado en el Tercio de Lope de Figueroa, ha muerto en Flandes en la batalla de las Dunas. Ambos llevan la milicia en la sangre, pero Miguel ya no está para guerrear, ejercerá diversos oficios con poca fortuna y muchas amarguras y se refugiará finalmente en la literatura. No queriendo abrirle sus contemporáneos las puertas como poeta o dramaturgo, se sumerge finalmente en el ancho mundo de la novela, campo idóneo para el despliegue de su imaginación creadora.

Hoy le llevamos a diario con nosotros, grabada su efigie en algunas monedas fraccionarias de euro; en el monedero o en el bolsillo. Recordad cuando manejemos la calderilla y le contemplemos –aunque figure junto a él solo la pluma y se haya omitido la espada- que es uno de los nuestros entre los más ilustres y representativos.

La milicia fue siempre para Cervantes escuela «donde el mezquino se hace franco y el franco prodigio». Hasta tal punto consideró significativas las armas en la formación del carácter, que dedicó algunos capítulos de su obra cumbre a manifestarlo. En aquel que «trata del curioso discurso que hizo Don Quijote de las armas y de las letras» podemos leer el siguiente pasaje a propósito de la comparación entre las virtudes de los estudiantes y de los guerreros:

«…dicen las letras que sin ellas no se podrían sustentar las armas. A esto responden las armas, que las leyes no se podrían sustentar sin ellas, porque con las armas se defienden las repúblicas, se conservan los reinos, se guardan ciudades, se aseguran los caminos, se despejan los mares de corsarios y finalmente si por ellas no fuese, las repúblicas, las monarquías, las ciudades, los caminos de mar y tierra, estarían sujetos al rigor y a la confusión…» (1ª parte: XXXVIII)

Miguel de Cervantes pone también en boca de don Quijote esta perfecta síntesis de los valores de una nación, de una época y de una clase:

«Los valores prudentes, las repúblicas bien concertadas, por cuatro cosas han de tomar armas y desenvainar las espadas, y poner en riesgo sus personas, vidas y haciendas: la primera, por defender la fe católica; la segunda, por defender la vida, que es la ley natural y divina; la tercera, en defensa de su honra, de su familia y hacienda; y la cuarta, en servicio de su rey, en la guerra justa; y si le quisiéramos añadir la quinta (que se puede contar por segunda), es en defensa de la patria» (2ª P. XXVII).

Cervantes se reafirma al tratar de las honrosas mutilaciones del soldado en campaña:

«…o si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros. Si mis heridas no resplandecen en los ojos de quien las mira, son estimadas, a lo menos en la estimación de los que saben donde se cobraron; que el soldado más bien perece muerto en la batalla que libre en la fuga; y es esto en mi manera, que si ahora me propusieran y facilitaran un imposible, quisiera antes haberme hallado en aquella facción prodigiosa, que sano ahora de mis heridas sin haberme hallado en ella. Las que el soldado muestras en el rostro y en los pechos, estrellas son que guían a los demás al cielo de la honra…» (Prólogo al lector. 2ª Parte de El Quijote).

Sobre el comportamiento honroso del soldado, la disciplina y el valor, sentencia:

«…más bien perece el soldado muerto en la batalla que vivo y a salvo en la huída; y tanto alcanza la fama el buen soldado cuanto tiene de obediencia a sus capitanes y a los que mandar le pueden. Y advertir, hijo, que al soldado mejor le está el olor a pólvora que a algalia, y que si la vejez os coge en este honroso ejercicio, aunque sea lleno de heridas y estropeado o cojo, a lo menos, no os podrá coger sin honra…» (2ª: XIV).

Cervantes fue siempre un fiel intérprete del alma española. Traducidas sus principales obras en varios países ya en 1615, se le describió entonces al autor (escuchándole una comisión de eruditos de las Letras que le visitaron próxima su muerte) como «un soldado hidalgo y viejo», a decir de Jaime Vicens Vives.

Argel, reconstrucción del baño del Rey. Aguafuerte de Vallejo

Argel, reconstrucción del baño del Rey. Aguafuerte de Vallejo

Al príncipe de las Letras, héroe de Lepanto, hidalgo y viejo ¡que no nos lo arrebaten!

Desde hace ya mucho tiempo, se le están adjudicando a Miguel de Cervantes unos orígenes inciertos y sospechosos que vienen de los que leen El Quijote “entre líneas”, dedicándose por demás algunos de ellos a rebatir a Krzyztof Sliwa.

En La Verdad del 8-septiembre-2013 leíamos de Daniel Vidal en ‘Los lamentos del arrepentido’ que a «Cervantes se le atribuyen antepasados semitas e incluso una conversión al judaísmo en los últimos años…»

Pero no son estos los únicos que pretenden llevárselo a su colectivo étnico: en un foro catalán aplaudido por Artur Mas se ‘documenta’ sobre los orígenes catalanes de del genio de las Letras, cuyo verdadero nombre sería –según ellos- Joan Miquel Servet, y que El Quijote fue escrito primero en catalán, manteniendo otro “erudito” que Cervantes era hijo de Miguel Servet, aquel sabio aragonés que quemaron los calvinistas. Según una tercera vía, y dado que ostenta dos apellidos netamente gallegos -Cervantes y Saavedra-, algunos fijan sus lejanos orígenes gallegos en el municipio de Cervantes, en los Ancares, entre “las montañas de León” y Galicia, dado que la sierra de Los Ancares penetra tanto en la actual provincia de León como en la de Lugo, con la particularidad de que en ambas zonas los pueblos son típicamente gallegos así como su toponimia y el habla de sus habitantes (pueblos de pallozas, que tienen sus orígenes en los castros celtas). Pero es que Miguel de Cervantes usaba un segundo apellido del acerbo de su padre (Saavedra) y nunca el apellido castellano de su madre.

Miguel nació en Alcalá de Henares, hijo de Rodrigo de Cervantes y de Leonor Cortina. Su abuelo, el licenciado e hidalgo Juan de Cervantes, había sido teniente corregidor de Alcalá de Henares y de otras ciudades, juez de la audiencia de Osuna, etc.

El hebreófilo y erudito César Vidal nos dice en su ‘Diccionario del Quijote’: «La verdad es que la familia del escritor no pertenecía a la alta nobleza, pero sí era una familia hidalga». «Rodrigo [Cervantes] sí era de origen noble (lo que hace difícil sostener la tesis de que Cervantes pertenecía a una estirpe de cristianos nuevos». (pp. 17, 18). Como se sabe, desde Italia Miguel pide a su padre le remita un certificado que le exigen de ser “cristiano viejo”.

Cervantes siempre estuvo orgulloso de haber sido soldado de los Tercios y elogia a la Infantería, de haber combatido en Lepanto y en otras batallas con don Juan de Austria y ufano de sus heridas de guerra. Y de su cristiandad (ver del Quijote 1ª p. Caps. XXXVIII y XXXIX, y 2ª p. Prólogo al lector, y cap. XXIV, etc.).

Próximo a su final, y enfermo, es visitado por unas autoridades de la Letras que concluyen tras oírlo: Cervantes es «un soldado hidalgo y viejo». En 1609 ingresa en la cofradía de los Hermanos Esclavos del Santísimo Sacramento, y en 1613 recibe el hábito e la Orden Tercera de San Francisco. En 1615 se le administra la Extremaunción estando consciente (pues al día siguiente sigue escribiendo). Muere el 22 de abril de 1616 y se le introduce en el ataúd amortajado con el sayal de la Orden, siendo llevado por terciarios franciscanos hasta el convento de las Trinitarias, donde descansa.

Pregunta: ¿En qué “últimos años” tuvo lugar la “conversión” de Cervantes que le atribuye Daniel Vidal?

Cervantes es el arquetipo de individuo hispánico, que refleja como nadie las señas de identidad del español castizo, ancestral. Es el prototipo de celtíbero hispanorromano visigodo, con todos los defectos y, sobre todo, virtudes del paisanaje autóctono.

Escribía a propósito el prestigioso historiador Salvador de Madariaga en su famosa obra ‘España’ (p. 37):

«El espíritu castellano se expresa para siempre y definitivamente en la obra del más grande de los castellanos y de los españoles: Cervantes. Don Quijote y Sancho Panza son manchegos, pero las diferencias entre La Mancha y Castilla no son difíciles de discernir, sobre todo en la hondura psicológica a que penetra el gran castellano. Castilla, además, da al pueblo peninsular el mejor ejemplo específico de su carácter en general, ese carácter que constituye la unidad bajo su variedad y une en un solo tipo a todos los tipos españoles por una especie de anillo espiritual».