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16 abril 2016 • "Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; porque yo voy al Padre"

Marcial Flavius - presbyter

III Domingo después de Pascua: 17-abril-2016

Rito Romano Tradicional

Evangelio

Jn 16, 16-22: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; porque yo voy al Padre.

Entonces se dijeron algunos de sus discípulos unos a otros: ¿Qué es esto que nos dice: Todavía un poco y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; y, porque yo voy al Padre? Decían, pues: ¿Qué quiere decir con: Todavía un poco? No entendemos lo que habla.

Jesús conoció que querían preguntarle, y les dijo: ¿Preguntáis entre vosotros acerca de esto que dije: Todavía un poco y no me veréis, y de nuevo un poco y me veréis? De cierto, de cierto os digo, que vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará; pero aunque vosotros estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer cuando da a luz, tiene dolor, porque ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo. También vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo.

Jesús ora última cena

Reflexión

Yo voy al Padre.

Esta palabra de Nuestro Señor tendría que ser la divisa y la norma de vida de todo buen cristiano. Nuestra patria es el cielo, somos de Dios y vamos a Dios.

Consideremos nuestros motivos de tener el deseo del cielo y las ventajas que de ellos puede sacar nuestra alma

1. Motivos que nos hacen desear ir a Dios.

1)  Nosotros somos desterrados en la tierra, expuestos a toda clase de peligros, pruebas, miserias y aflicciones… La verdadera felicidad no es de este mundo, no la encontraremos sino en el ciclo.

2)  Por otra parte, sólo estamos en este mundo poco tiempo. No tenemos aquí ciudad permanente (Hb 13, 14)

3) Somos hijos de Dios. Hemos sido creados por El para conocerle, amarle y servirle acá en la tierra y gozarle después en la otra vida. ¿No es una ingratitud vivir olvidados de Dios y del cielo, que nos ha preparado?

2.  Ventajas que nos procura este deseo.

1)  Primeramente nos libra de la servidumbre de las cosas de este mundo… Las riquezas, los honores, los placeres de la tierra son bienes pasajeros y engañosos. Cuántas penas y cuidados para adquirirlos y conservarlos; y, sin embargo, su goce no está jamás libre de amargura… Si comprendiésemos el valor de los tesoros celestiales, si tuviésemos un deseo verdadero y sincero de ir a Dios, nuestro Padre, ¡cómo despreciaríamos estos bienes y ventajas!

2)  Este deseo excita un sano horror a toda especie de pecado. Nuestro Padre celestial es puro y santo, un solo pecado mortal nos hace odiosos a sus ojos y dignos del infierno, porque nada manchado entrará junto a Él en el cielo… Si tuviésemos, pues, este deseo constante de ir a Él, vigilaríamos sobre nosotros mismos para evitar todo lo que pueda ofenderle y desagradarle.

Huyamos del orgullo, la cólera, la envidia, la codicia, la lujuria, etc., porque, como dice el Apóstol, los que hacen tales cosas no alcanzarán el Reino de los Cielos (Gal 5, 21).

3)  Voy al Padre. Pero, para verle y gozar de Él, es preciso merecerlo con nuestra vida de fe y nuestras buenas obras. Este deseo de ir a Dios excita en nosotros un santo ardor de trabajar por nuestra santificación, de hacernos dignos de Él con una conducta cristiana. Por otra parte, Él nos da para eso su gracia: Negociad mientras vuelvo (Lc 19, 13).

Únicamente los servidores fieles, las vírgenes prudentes, serán invitadas a gozar de Dios, a tomar parte en el festín del Esposo… Los negligentes y los perezosos serán rechazados: No os conozco… Todo árbol que no da fruto será arrancado y arrojado al fuego (Mt 25, 12 y 3, 10).

Finalmente, este deseo del cielo es una fuente de ánimo, de generosidad, de fuerza para soportar gustosamente las pruebas, las enfermedades, las tribulaciones de la vida… la misma muerte que, derribando las últimas barreras, nos introduce en la presencia de nuestro Padre Celestial.

CONCLUSIÓN.- Pensemos frecuentemente en el cielo, y digamos: Animo, alma mía; un poco más, modicum, y volverás a tu patria; modicum, e iremos al Padre para verle y saciarnos con su vista durante la eternidad.