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6 marzo 2016 • "La Jerusalén de arriba es libre, y ésta es nuestra madre"

Angel David Martín Rubio

Alegraos con Jerusalén todos los que la amáis

1. Mediado el tiempo de Cuaresma, este domingo viene caracterizado por unas notas de alegría que contrastan con la austeridad propia de estos días. Con ellas, la Iglesia quiere alentar a sus hijos para coronar la carrera adelantando algo del gozo espiritual que le espera al fin.

Por eso se llama a este domingo de Laetare por comenzar así la primera palabra del Introito de la Misa: «Laetare Jerusalem…», «Alégrate, Jerusalén, y regocijaos con ella todos los que la amáis: gozaos los que estuvisteis tristes: para que os llenéis de júbilo, y recibáis los consuelos que manan de sus pechos» (Is 66, 10-11). Los cantos litúrgicos sólo hablan de la alegría y el consuelo y se permite sustituir los ornamentos de color morado por los de rosa.

apocalipsis-jerusalen-celestial«Me llené de gozo cuando me dijeron: “Iremos a la Casa de Yahvé”» (Salmo del Introito: 121, 1). El santo rey David tuvo su trono en Jerusalén (Sal 100), pero aquí la contempla con alcance profético y mesiánico (cf. Salmos 92-99), viendo en ella glorificada su casa y hablando del Templo y de una Jerusalén reedificada y magnífica. En el Misal Romano tradicional, la Estación de la Misa es en la Basílica de la Santa Cruz de Jerusalén en la que se veneran las más preciadas reliquias de la Pasión pero, al mismo tiempo, el nombre de Jerusalén dado a esta basílica, renueva todas las esperanzas del cristiano, ya que recuerda la patria celestial, la verdadera Jerusalén, de la que aún estamos desterrados y a la que esperamos llegar un día. «Mas la Jerusalén de arriba es libre, y ésta es nuestra madre» (Epístola: Gal 4, 22). Esa esperanza es el motivo de nuestra alegría.

2. El milagro que leemos en el Evangelio (Forma extraordinaria: Jn 6, 1-15) completa el ciclo de las instrucciones cuaresmales y se asocia a las alegrías de este día.

Los cuatro Evangelistas cuentan el milagro con diferentes pormenores. San Juan le da su sentido pleno, insertándolo en su capítulo VI que trata del “Pan de Vida” y añadiendo la Promesa de la Eucaristía, y el diálogo dramático en la Sinagoga de Cafarnaúm

Jesús alimentó en el desierto a estos hombres que son figuras de los cristianos, han abandonado sus condiciones de vida ordinaria para seguir a Jesús, deseando oír su palabra, no se preocupan del hambre, ni de la fatiga, y se verán recompensados con un alimento. En la figura de estos dones materiales multiplicados por el poder de Jesús, nuestra fe debe descubrir el «Pan de vida» bajado del cielo, que da la vida al mundo.

Cuando en la Ultima Cena Cristo tomó el pan, levantó los ojos al cielo, dio gracias, lo bendijo, y lo partió, los Discípulos recordaron de inmediato que habían visto ya ese gesto dos veces antes; y por eso San Juan lo nota tan cuidadosamente en estas líneas. Poco después, en su discurso en la Sinagoga de Cafarnaúm, Jesús será explícito. «En verdad, en verdad, os digo, me buscáis, no porque visteis milagros, sino porque comisteis de los panes y os hartasteis. Trabajad, no por el manjar que pasa, sino por el manjar que perdura para la vida eterna, y que os dará el Hijo del hombre» (Jn 6, 26-27).

Peligra, dice S. Jerónimo, quien se apresura a llegar a la mansión deseada sin el pan celestial. Por eso, la Iglesia prescribe la comunión pascual y recomienda la comunión frecuente.

3. El milagro de la multiplicación de los panes y los peces y la Promesa de la Eucaristía tiene el efecto de alentar en nosotros la virtud de la esperanza.

Si en aquella ocasión, Jesús sació el hambre de la multitud y anunció un alimento imperecedero, ahora nosotros confiamos en que coronará nuestros ayunos, abstinencias y penitencias al final de este período del que ya hemos recorrido la mitad. Alegrémonos pues, confiando en nuestra próxima llegada al término.

Y vivamos cada día de nuestra vida como una Cuaresma confiando en alcanzar la vida eterna de la que es prenda el sagrado banquete de la Eucaristía que Cristo anunció en aquella multiplicación de los panes.

«Concedednos, oh Dios omnipotente, que los que justamente somos afligidos a causa de nuestras acciones, respiremos con el consuelo de tu gracia. Por NSJC…» [Misal Romano, ed. 1962: Colecta del IV Domingo de Cuaresma].