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5 marzo 2016 • "Dónde nos procuraremos panes para que coman éstos?"

Marcial Flavius - presbyter

4º Domingo de Cuaresma: 6-marzo-2016

Rito Romano Tradicional

Evangelio

Jn 6, 1-15: Después de esto, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades, y mucha gente le seguía porque veían los signos que realizaba en los enfermos. Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos. Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos.
Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe: « ¿Dónde nos procuraremos panes para que coman éstos?» Se lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco.» Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?» Dijo Jesús: «Haced que se recueste la gente.» Había en el lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los hombres en número de unos cinco mil. Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda.» Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. Al ver la gente el signo que había realizado, decía: «Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo.» Sabiendo Jesús que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo

Multiplicacion panes

Reflexión

El Evangelio de la Misa relata cómo el Señor realiza un portentoso milagro con unos pocos panes y peces: dar de comer a unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños. Si lo poco, cinco panes y dos peces, compartido sobró para alimentar a miles, fue exclusivamente porque estaba presente la Misericordia hecha carne, Jesucristo. Pero como el Señor no solamente tiene misericordia del cuerpo sino, principalmente, del alma, nos ha dejado el Pan de Vida, la Eucaristía, de que aquella gran señal fue figura.

El evangelista San Juan trae las palabras pronunciadas por Jesús en la Sinagoga de Cafarnaum después de este milagro. Es lo que llamamos el discurso del pan de vida, en el que se unen dos principales referencias: la Fe y la Eucaristía.

«¿Qué es lo que haremos para ejercitarnos en obras del agrado de Dios?»; ante esta pregunta, Jesucristo enseña que la obra agradable a Dios es la Fe; que creamos en Él. Solo el que cree que Jesús es el Hijo de Dios, enviado por el Padre para salvar al mundo, acude a Él con confianza y acepta su acción redentora.

Para quien vive de esta manera, Jesucristo es Pan de Vida. El que se alimenta de este Pan en la Eucaristía, encontrará fortaleza para sostener su fe y no tendrá más hambre, no tendrá más sed. Por eso dice: «Trabajad por el alimento que perdura». Poco después el mismo Jesús explicitará el significado de estas palabras en las cuales se anuncia la promesa de la Vida eterna que aguarda a los que creen en Él y se esfuerzan por conformar su existencia con esa fe: «Yo soy el pan vivo que he descendido del cielo. Quien comiere de este pan, vivirá eternamente: y el pan que yo daré, es mi misma carne para la vida del mundo» (Juan 6, 17-18) para acabar concluyendo: «Quien come este pan, vivirá eternamente».

Desentrañando el significado de esta promesa de Jesús, enseña el Catecismo Romano que la Eucaristía posee una virtud infinita para procurarnos la gloria eterna. Es ya una señal en esa vida aquella suma paz y tranquilidad de conciencia que disfrutan las almas después de comulgar. Y en el momento de la muerte, fortalecidos por la virtud divina del sacramento, levantaremos el vuelo hacia la bienaventuranza eterna, como Elías, después de haber comido el pan cocido bajo las cenizas, pudo caminar hasta el monte Horeb, el monte santo de Dios.

Con frecuencia, aplicamos el Santo Sacrificio de la Misa en Sufragio por el alma de algún difunto y de manera genérica, la Iglesia encomienda a todos ellos en cada celebración:

— Alentados por la promesa de Jesús, esperamos que el Señor conceda la eterna recompensa de estar junto a Él en el Cielo a quien, mientras vivió en este mundo se alimentó con frecuencia en el sagrado banquete de la Eucaristía.

— Pedimos al Señor que haya tenido misericordia en el momento del juicio particular de quien tantas veces se postró para pedir perdón de sus pecados en el tribunal del Sacramento de la Penitencia.

— Y si aún quedaran reliquias del pecado en su alma, pedimos la gracia de acortar el tiempo de purificación.

Adquiramos y conservemos la santa costumbre de rezar por los difuntos y concretemos esta práctica piadosa en la celebración por ellos de la Santa Misa. Confiando en gozar un día en el Cielo, de aquellos por quienes rogamos mientras aún peregrinamos por este mundo.

Meditemos estos pensamientos, pidamos perdón por nuestra tibieza y frialdad con Jesús Sacramentado y pongamos todo nuestro esfuerzo en recibirle con más frecuencia, dignamente preparados acercándonos con frecuencia al Sacramento de la Confesión y procurando alcanzar más devoción y fruto, de manera que la Eucaristía sea para nosotros un Cielo anticipado en la espera de gozar de Él eternamente.