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1 febrero 2016 • Habría que distinguir entre la Cristiandad y la civilización europea, porque no es exactamente lo mismo • Fuente: In Novissimis Diebus

Christopher Fleming

El odio de uno mismo

ColonialismoEl odio de uno mismo es algo realmente terrible. Nuestro Señor nos mandó: «Ama al prójimo como a tí mismo.» Pues, si nos odiamos a nosotros mismos, evidentemente seremos incapaces de amar a los demás. Esta lacra, el odio de uno mismo, no solamente existe a nivel individual, sino también entre los colectivos. Cuando un pueblo empieza a renegar de su propia identidad, despreciando lo suyo y prefiriendo todo lo ajeno, es una señal de que ese pueblo se odia; y cuando un pueblo entero se odia, tiene los días contados, porque siempre habrá otros pueblos, que no se odian a sí mismos, deseando ocupar su lugar. Hoy en día observo con tristeza que este odio de uno mismo es un fenómeno que se da con bastante frecuencia entre europeos de raza blanca. Digo que lo observo con tristeza, porque yo soy de esta raza y estoy muy orgulloso de ser lo que Dios quiso que fuera.

Los europeos autóctonos somos los herederos de la civilización que, a mi juicio, es la más gloriosa que haya existido jamás sobre la Tierra: la Cristiandad. Lo digo sin vanagloria; simplemente es así. Para que mis lectores sepan de lo que estoy hablando, la Cristiandad es una civilización que se forjó desde las cenizas del Imperio Romano a partir del siglo V de nuestra era, hasta alcanzar su cénit en el siglo XIII. Incluso desde entonces, con todo en contra, ha habido grandes hazañas de la Cristiandad, como la evangelización de América, la lucha contra el Islam, y su contribución a la ciencia, la tecnología y las artes, especialmente la música. Quizás habría que distinguir entre la Cristiandad y la civilización europea, porque no es exactamente lo mismo. Por ejemplo, el siglo XIX fue el siglo de máximo esplendor del Imperio Británico, que gobernó un territorio mayor que cualquier otro imperio en la historia. No obstante, este imperio no tenía los mismos impulsos y motivaciones que la Cristiandad. El amor a Nuestro Señor y el deseo de extender Su reino, fue sustituido por un afán de lucro y de poder. El auge de las potencias protestantes, primero los holandeses, luego los británicos, y en el siglo XX los estadounidenses, obedeció a un cambio sustancial: la globalización de las finanzas y el comercio. Hoy en día pienso que estamos gobernados por el Imperio de la Usura, que no tiene país ni religión, pero esto es un tema para otro artículo.

Volviendo a lo que estaba comentando, los que somos de raza blanca y ascendencia europea deberíamos sentirnos orgullosos de nuestro pasado y nuestra cultura. Pero precisamente por lo que ha representado la Cristiandad, hay muchos grupos que nos envidian y buscan desprestigiar nuestra raza, inventando todo tipo de leyendas negras sobre ella. Pintan al hombre blanco como lo peor que ha existido jamás, el responsable de todos los males en el mundo. Esto no tiene otro nombre que racismo. El racismo anti-blanco está muy extendido hoy en día y por desgracia es un odio socialmente aceptado. Se fomenta desde los medios de comunicación de masas (televisión, cine, prensa, etc.) y los políticos, sabiendo que da réditos electorales, también caen a menudo en él.

Un ejemplo es lo que dijo Michelle Obama durante la campaña de su marido en 2008. Comentando sobre el enorme apoyo que tenían para las elecciones presidenciales, dijo que era la primera vez en su vida que se sentía orgullosa de su país. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que ama muy poco a su país, si lo único que le hace sentirse orgullosa de él es la popularidad de su marido. Se podría entender que tras decir esto, los negros votarían en masa a Obama, como revancha por el racismo histórico contra los negros, pero es muy triste comprobar como los blancos, después de recibir semejante insulto, también votaron masivamente a favor de Obama, convertiéndole en el primer presidente negro de los EEUU. Sólo cabe una explicación: muchos blancos odian su propia raza.

Podría dar otro ejemplo más reciente de este desprecio hacía la raza blanca. El 7 de enero de este año, el gobernador del estado de Maine en EEUU, Paul LePage, se quejó de los traficantes que viajan hasta su estado desde Connecticut o Nueva York para vender heroína, y añadió que a menudo «impregnan a chicas jóvenes blancas antes de volver». Toda la casta política ha criticado estas declaraciones por «racistas», cuando LePage sólo comentaba sobre un realidad social: la depredación de hombres negros de zonas urbanas contra chicas blancas de pueblo. ¿Está feo decirlo? A lo mejor, pero el gobernador tiene la obligación de velar por los derechos de sus ciudadanos, que en el estado de Maine son blancos en un 96%. Mirando esta problemática a nivel nacional, según las cifras del Departamente de Justicia de EEUU, se registraron 560,600 crímenes violentos cometidos por negros contra blancos en el año 2013; mientras que en el mismo año, los blancos sólo cometieron 96,400 crímenes violentos contra negros. Es decir, en crímenes violentos que involucran blancos y negros, en el 85% de los casos el agresor es negro. Tan sólo citar estos datos es considerado racismo, y quejarse públicamente de esta realidad, como hizo LePage, merece el oprobio de todo el sistema.

Algo similar ocurrió en mi país, el Reino Unido, con la violación y prostitución forzada de miles de chicas blancas por mafias compuestas de musulmanes asiáticos. El caso de la ciudad de Rotherham, en el norte de Inglaterra, fue especialmente sangrante, ya que se estima que unas 1,400 chicas fueron sistemáticamente violadas y explotadas sexualmente durante un periodo de 16 años, entre 1997 y 2013, sin que la policía hiciera nada para impedirlo. La investigación concluyó que los trabajadores sociales y la policía miraron hacía otro lado; no actuaron en contra de los criminales paquistaníes, porque no querían ser tachados de «racistas». Es decir, el racismo anti-blanco políticamente correcto condenó a esas chicas a una vida de esclavitud sexual en su propio país. Es evidente que si hubieran sido de otra raza, la policía hubiera actuado enseguida, pero los racistas en el poder consideran que la vida de una niña blanca no vale lo mismo que la de una niña de cualquier otro color.

En una edición del año 2014 de Question Time, un programa de televisión de la BBC (British Brainwashing Corporation), un señor blanco del público comenta [a partir del minuto 2:30] que mientras él duerme en la calle, porque le dicen los servicios sociales que no hay donde hospedarle, los inmigrantes ilegales recién llegados viven en pisos con todos los gastos pagados. Dice además que mientras que él ha solicitado cientos de trabajos sin éxito, y ahora ni siquiera le dan una entrevista, conoce casos de inmigrantes a los que les dan trabajo nada más llegar. Llaman la atención los abucheos del público, y la respuesta que le da uno de los «expertos», el periodista David Aaronovitch. Con un aire de superioridad realmente insoportable le explica que «las cosas no son necesariamente como uno las percibe». ¡Igual resulta que este pobre hombre estaba durmiendo en el hotel Hilton, y eso de dormir en la calle era producto de su imaginación! Esta respuesta refleja perfectamente el paradigma liberal y multicultural (es decir, el odio hacía la raza blanca), en el cual no es posible que la inmigración tenga efectos negativos sobre la población indígena.

Cuando vi ese vídeo sentí que se me hervía la sangre. Se me hacía muy duro ver como un inglés en paro y en la calle era insultado por un intelectual que ha hecho carrera promocionando el multiculturalismo. Él no habrá tenido que competir con los inmigrantes por puestos de trabajo mal pagados. Él no vivirá en un barrio que en pocos años se ha llenado de paquistaníes y se ha convertido en un gueto. Él no temerá por la seguridad de su mujer e hijos, porque no habrá un solo inmigrante a 10 kilómetros de su casa. Incluso le habrá venido muy bien la llegada masiva de inmigrantes, porque habrá encontrado gente dispuesta a trabajar en su casa por una miseria. En inglés decimos que la caridad empieza en casa. Es el colmo de la hipocresía fingir preocupación por la suerte de refugiados en un país lejano que nunca has pisado, y despreciar a un compatriota que está sufriendo y que tienes delante de tus narices.

refugiadosEstas olas migratorias son una auténtica invasión, y sospecho que no es un fenómeno fortuito. Los políticos liberales no sólo han permitido que ocurra, sino que lo han fomentado, con las ayudas a todo el mundo que pisaba suelo europeo; esto es el efecto llamada. Cualquier persona con dos dedos de frente sabe que fronteras permeables y un estado de bienestar son incompatibles a medio-largo plazo. Los políticos no pueden ser tan tontos; sabían perfectamente que si ofrecían ayudas de manera indiscriminada a todos los extranjeros que llegaban, se produciría una avalancha de gente desesperada. Por tanto, creo que la invasión de inmigrantes que estamos viviendo es parte de un plan para destruir Europa, y nace de un odio hacía la raza blanca.

No hay ningún problema con un puñado de extranjeros en cada país, y estoy a favor de dar asilo político a las personas que realmente lo necesitan. Pero eso no es lo mismo que convertir Europa en Eurabia. Si queremos ayudar a los países subdesarrollados a prosperar, ¿no es preferible trabajar allí, como lo han hecho siempre los misioneros? Lo que de verdad les ayuda es construir escuelas y hospitales en sus países, y esto es precisamente lo que debemos apoyar los católicos, a través de obras caritativas de la Iglesia. Me imagino que nadie querría dejar su tierra y a su gente, si tuviera opción, así que lo mejor que se puede hacer para los pobres es evitar que tengan que emigrar. Además, el efecto de la inmigración daña gravemente a los países pobres, porque suelen ser los jóvenes más cualificados que emigran. África se está quedando sin médicos, por ejemplo, porque muchos miles de ellos están trabajando en Europa. La inmigración no soluciona los problemas de los países tercermundistas; sirve para que unos pocos puedan vivir mejor, pero deja sus países de origen igual o peor de lo que estaban. Si añadimos a esto las mafias que se lucran con el tráfico de personas y las muertes de los que se quedan por el camino, el balance es muy negativo. Si a los políticos de verdad les preocupara la suerte de los países pobres, no serían tan rácanos con ayudas al desarrollo. Aquí es donde se les ve el plumero; los mismos políticos liberales que están encantados de vaciar las arcas del estado con subvenciones a los inmigrantes, no levantan un dedo por ayudar a los necesitados in situ. ¿Cuántas hambrunas ha habido en países como Etiopía? No me creo su cantinela de «solidaridad». Me suena a pura hipocresía.

Yo creo que la forma más sensata de ver el tema es pensar que un país es como una casa. Cada casa tiene un tamaño y unas características diferentes. Cada casa tiene sus normas que hay que seguir, para que la convivencia funcione. Lo que no hace nadie es dejar su casa abierta e invitar a todo quisque a entrar. Cada casa tiene que ser generosa con sus vecinos, pero no a expensas de que sus propios habitantes sean desalojados. El liberal que aboga por las fronteras abiertas es un hipócrita, porque cuando sale de su casa cierra la puerta con llave. Él no está dispuesto a compartir su casa con todo el mundo, pero quiere que otros sean generosos con los inmigrantes. Esto es precisamente lo que le echó en cara Marine Le Pen, del Front National de Francia, a la periodista izquierdista Ana Pastor, durante una entrevista en una cadena española, la Sexta. Al acusar a la política francesa de ser xenófoba, la Sra. Le Pen le preguntó: «¿Acoge Vd. a muchos inmigrantes en su casa?» Lo más hilarante es que la entrevistadora respondió que sí. ¡Pocas veces se ha visto una mentira tan descarada en directo!

¿Quién puede pensar que es beneficioso para una nación llenarla de extranjeros? ¿Históricamente se ha visto algo parecido a lo que estamos viviendo en Europa? Sí, muchas veces a lo largo de la historia y en muchos lugares se ha producido una caída espectacular de la población nativa frente a la población extranjera, pero siempre tras una conquista militar. En Europa nunca se han visto cambios demográficos similares en tiempos de paz. Nunca antes se ha visto que los europeos invitan alegremente a otras razas a apoderarse de sus recursos y de su territorio. Esto sólo es posible por el odio de uno mismo que padecen. No tengo nada en contra de otras razas, pero mi país no puede ser el hogar de todas ellas. El dilema es muy sencillo: en la mente de los multiculturalistas, África pertenece a los africanos, Asia a los asiáticos, América a los americanos, pero Europa es para todo el mundo. Algo falla. Por poner un ejemplo, ahora en Londres la población blanca es una minoría. Sin embargo, cualquiera que cuestione que esto sea una cosa positiva es inmediatamente llamado «racista». Si el sentido de esta palabra es el que odia alguna raza, yo no soy racista. Sí son racistas los que odian la raza blanca y buscan exterminarla. Hoy parece que todas las razas tienen derecho a disfrutar de su tierra, menos la blanca.

Un ejemplo escandaloso de racismo anti-blanco en el cine es la película Django desencadenado de Tarantino. En ella el héroe, un cazarecompensas negro, interpretado por Jamie Foxx, dice la siguiente frase: «Mato a gente blanca, y me pagan… ¿cómo no me iba a encantar?» Si esto hubiera sido al revés, sustituyendo «gente blanca» por «gente negra», en boca del héroe, la película hubiera provocado una guerra civil en EEUU. Sin embargo, el racismo anti-blanco es financiado y apoyado activamente por Hollywood, y es aceptado por la gran mayoría de los ciudadanos. En respuesta a esta película, el comentarista Jeffrey Kuhner escribió esto en The Washington Times:

La intolerancia contra los blancos se ha enquistado en nuestra cultura. [La película] tiene un tema central: el hombre blanco es un demonio, una lacra moral del que hay que librarse, como si fuera un virus asesino… Simplemente propaganda disfrazada de historia.

EEUU y el Reino Unido, a pesar de estar infectados por el odio de uno mismo, no son los países que peor están. Los primeros puestos en el ranking del odio de uno mismo sin duda los ocupan Alemania y Suecia. El problema de Alemania es su complejo de culpabilidad por lo que ocurrió (o no ocurrió) durante la Segunda Guerra Mundial. Desde los juicios de Nuremberg, que en palabras del Mariscal de Campo Montgomery, hicieron que perder una guerra fuera un crimen, los niños alemanes han sido adoctrinados para creer que su país cometió las peores atrocidades en la historia de la Humanidad y que están en deuda con el mundo entero. No sólo han aprendido esto en el colegio, sino en un sinfín de películas, obras de teatro, novelas, documentales, etc. Uno de los ejemplos más ofensivos del odio hacía los alemanes en el cine es la película Malditos bastardos, también de Tarantino (se ve que el hombre es un experto en el odio y la manipulación de la historia). En esta película no sólo se pinta a los alemanes como monstruos sin corazón, sino que se justifica todo tipo de violencia y crueldad contra ellos. Es muy difícil para un alemán criado en este odio a sí mismo sentirse orgulloso de ser alemán y querer defender su patria.

Un ejemplo de racismo anti-blanco en Alemania es la reacción del régimen multiculturalista a los gravísimos incidentes ocurridos en Nochevieja 2015. En Colonia una banda de cientos de hombres (según todos los testigos tenían aspecto de ser del norte de África) atacó y acosó sexualmente a mujeres blancas en pleno centro de las ciudad. La reacción inicial del sistema fue la negación; la policía, los políticos y la prensa controlada se aliaron para censurar la noticia, pero gracias a la presión de los ciudadanos a través de las redes sociales (Facebook, Twitter, etc), después de cinco días tuvieron que reconocer lo que había pasado. Y cuando por fin los políticos reconocieron y hablaron sobre los hechos, no fue para pedir perdón a los alemanes; primero por haber permitido la entrada a su país de forma incontrolada a un millón de inmigrantes en el año 2015, incluyendo a cientos de terroristas y otros indeseables; y segundo, por la manifiesta incapacidad de la policía de garantizar el orden público. No hubo pizca de autocrítica por parte del sistema. La canciller, Ángela Merkel, condenó los ataques, pero a renglón seguido pidió «respeto por los extranjeros». Pobrecillos, deben tener una confusión tremenda; en su país debe ser un comportamiento perfectamente lícito formar bandas y violar a mujeres por la calle. ¡Qué lástima me dan!

Fue la alcaldesa de Colonia, Henriette Reker, quien se llevó la palma. Dijo a los periodistas que cualquier sugerencia de que los agresores eran refugiados era «totalmente impermisible». Luego se dio el lujo de ofrecer algunos consejos a las mujeres alemanas, para evitar ser violadas en el futuro por bandas descontroladas de musulmanes, como por ejemplo mantenerse a una distancia prudencial de un metro de cualquier hombre. ¿Cómo no se les había ocurrido a las víctimas? La premisa de Reker era seguramente que si una mujer blanca es violada por un inmigrante debe ser culpa suya, porque todos sabemos que los inmigrantes son incapaces de cometer un delito. Le faltó aconsejarles un truco infalible: llevar burka la próxima vez que salgan a la calle. Como no cambie la cosa pronto, eso es lo que les espera. Igual estaría bien ir acostumbrándose.

Alemania da pena, pero hay un país que está aún peor: Suecia. Históricamente le ha sucedido algo similar a Alemania; durante la Segunda Guerra Mundial Suecia se mantuvo neutral, y desde entonces la mitología izquierdista se ha encargado de crear un sentimiento nacional de culpa por no haberse opuesto a Hitler. Suecia hoy en día es gobernada por un régimen que censura el patriotismo como el peor de los vicios y promueve una política multicutural que sólo se puede calificar de suicida. Cualquier crítica hacía el influjo masivo de inmigrantes, que pronto hará que los suecos sean una minoría en su propio país, es censurada en los medios de comunicación, y para evitar ser tachado de «racista» o «nazi», los suecos indígenos tienen que aprender a odiarse a sí mismos.

Para hacerse una idea de hasta qué punto el odio de uno mismo es socialmente aceptado en Suecia, paso a citar un par de declaraciones de sus líderes políticos, que en un país con un mínimo de orgullo patrio se considerarían insultos intolerables, pero que en Suecia forman parte de la mentalidad dominante. La antigua dirigente del partido socialdemócrata, Mona Sahlin, dijo que no podía pensar en nada semejante a la cultura sueca, y es por esta razón que «los suecos envidian a los inmigrantes que sí tienen una cultura». Raya lo cómico afirmar que una raza que ha vivido en el mismo lugar durante siglos no tiene una cultura propia, pero así de irracional es el odio de uno mismo. En 2006 el presidente del país, Fredrik Reinfeldt, del partido «conservador», dijo: la principal característica de la cultura sueca es el barbarismo; lo demás es gracias a la inmigración. ¿Tuvo que dimitir? ¿Se exilió a una isla en el Pacífico? ¡Qué va! Tras semejante declaración de desprecio hacía su propio país, los suecos le reeligieron como su presidente.

¿Y cuáles son los frutos de este anti-patriotismo en Suecia? Primero, cada año entran unos 100,000 inmigrantes, la mayoría de religión musulmana. Muchos entran legalmente y los que entran ilegalmente suelen quedarse porque gozan de las mismas ayudas, así que la diferencia es poca. Suecia se gasta 4,000 millones de euros anuales en colocar a los recién llegados, más de la mitad de los cuales nunca encuentran trabajo y ahora y un 60% de todo su presupuesto social se destina a la población inmigrante. Luego, Suecia se ha convertido en el segundo país del mundo con más violaciones por habitante, sólo superado por Lesoto, un pequeño país en el sur de África. Tras 40 años de experimento multicultural, el índice de crímen violento ha aumentado un 300% y las violaciones un 1470%, como se aprecia en el gráfico de abajo. Pero claro, esto no tendrá nada que ver con la invasión de hombres musulmanes de países subdesarrollados. [Sarcasmo OFF]

En Suecia a estas alturas está muy claro que la fantasía multiculturalista no ha funcionado. La utopía con que soñaban los liberales se ha convertido en una pesadilla. Para defender su política suicida, el régimen tiene que usar la represión, la mentira y la censura, al estilo de la Unión Soviética de Stalin. Los pocos parlamentarios que están en contra de la inmigración masiva tienen que llevar escolta las 24 horas del día, por miedo a tanta tolerancia. Un ejemplo increíble de como esta dictadura políticamente correcta castiga a los disidentes es el caso de Michael Hess, un político del Partido Demócrata de Suecia. En 2014 las cortes le sentenciaron a pagar una multa de unos 6000€ por establecer la conexión entre la epidemia de violaciones que sufre su país y la importación masiva de inmigrantes musulmanes. La sentencia es tan absurda que sería difícil inventar algo semejante. Dice así:

La Corte considera que la cuestión de la veracidad de las declaraciones de Michael Hess no tiene relevancia alguna para el caso…. Las declaraciones de Michael Hess constituyen, por tanto, una expresión de desdén hacía los inmigrantes de fe musulmana.

Sí, ha leído correctamente. Dice la sentencia que no importa si es verdad lo que dice el acusado. Lo importante es que los musulmanes se han sentido ofendidos. Es la máxima expresión de la locura liberal.

Tras ver los deprimentes resultados del multiculturalismo, que es un eufemismo para el racismo anti-blanco, podríamos preguntarnos por las causas de tanto odio de uno mismo. Creo que en el fondo todo viene de la apostasía de Europa. Los pueblos de Europa empezaron por rechazar la fe que está en las raíces de su cultura, y han acabado rechazando su cultura entera. Este proceso de apostasía lleva inexorablemente al suicidio colectivo; los pueblos que reniegan de su identidad cultural al final se convencerán de que ni siquiera tienen derecho de existir. En poco tiempo estos pueblos morirán. Si la causa de sus males es de abandonar la fe cristiana, su única esperanza ahora es volver a ella. Que Europa rece al unísono el salmo 42 que se oye al principio de la Misa: Introibo ad altare dei. Ad Deum qui laetificat juventutem meum. ¡Es hora de que los pueblos de Europa despierten!