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30 noviembre 2015 • El atraco sistemático que navíos franceses, holandeses y principalmente ingleses hacían a los convoyes españoles

José Alberto Cepas Palanca

Expolios navales extranjeros

No solo algunos españoles robaban, también lo hacían los foráneos y de qué manera… Me estoy refiriendo al atraco sistemático que navíos franceses, holandeses y principalmente ingleses hacían a los convoyes españoles que conformaban la “Carrera de Indias”, desde América a España desde el siglo XV al XVIII. Eran los navíos que llevaban el oro y la plata que salían de Cuba hacia Sevilla o Cádiz. Los ladrones marítimos pensaban, con razón, que era más rentable y seguro atracarlos cuando salían de América, o esperarlos cerca de la Península, que era cuando los navíos iban repletos de metales preciosos, en vez de hacerlo cuando los barcos españoles navegaban camino de América que no transportaban esas mercancías.

Por casi idéntica razón, los galeones que cubrían el trayecto Manila-Acapulco (México)-Manila (el Galeón de Manila), fueron mucho menos atacados que los que atravesaban el Atlántico. La razón: el Pacífico estaba muy lejos, además tenían que volver y la frecuencia de los Galeones españoles eran mucho menor que los que atravesaban el Atlántico. Los que lo hacían, tenían que atravesar el temible Cabo de Hornos, lo que a más de uno, le obligó a pensárselo dos veces ya que las necesidades logísticas, las enfermedades y tempestades podían hacer fracasar sus ataques, no obstante, algunos hubo. Eran los piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros. Todos con el fin de hundir el comercio español ultramarino, bien apoyados claramente por sus propios gobiernos, en el caso de los corsarios, o apoyados entre ellos mismos o en solitario, los que conformaban el resto. Aunque según muchos historiadores, era más que probable que la mayor parte de la plata y oro se perdiera más por culpa del mal tiempo, los huracanes, tempestades, que por la propia piratería.

Los bucaneros empezaron a funcionar por toda la región en 1622. Verdaderos piratas acriollados, origen de los filibusteros que sembraron el terror en las ciudades del Caribe. Eran marineros vagabundos huidos por razones religiosas o políticas que vendían aguardiente y tabaco a los navíos de tráfico que deambulaban por el Atlántico, haciendo incursiones sobre solitarias y aisladas localidades costeras. De ahí pasaron a los corsarios, que eran dueños de navíos particulares que recibían una “patente de corso” de alguna monarquía europea para saquear o interrumpir el tráfico comercial de una o varias potencias rivales. Lo capturado, lo llevaban a un puerto determinado y allí subastaban los bienes quedándose el corsario con un porcentaje que repartía con la tripulación, correspondiendo otra parte a la Corona en cuestión.

La reina Isabel I, su Graciosa Majestad de la Gran Bretaña… (llamada “la reina de los mares” y también “la reina virgen” que puede ser considerada la inventora de este desaguisado “made in England”), fue la primera que dio vigencia como fórmula de compromiso a este tipo de atraco, a fin de mantener su supremacía marítima, concediendo a Francis Drake, Richard Grenville, Richard Hawkins y Walter Raleigh, entre otros, permiso y licencia para deshacer en lo posible, y en lo imposible, el tráfico español en el Caribe. Un contemporáneo de la monarquía isabelina dijo “La flor de la marinería inglesa era la flor de lis de los piratas, los padres de aquella maravillosa raza de navegantes, que compartieron con la reina y sus poetas, la gloria de la Corona”. ¡Ahí queda eso!

La reina Isabel I

La reina Isabel I

Aunque en honor a la verdad también hubo “piratas buenos”; Edward England, por ejemplo, según las crónicas “tenía muy buen natural, no carecía de valor, no era avaricioso, siempre contrario a maltratar a los prisioneros, pirata sin ambiciones saqueando lo justo para el día a día, contentándose con robos modestos y expoliando lo imprescindible pero sin caer en el sacrilegio”. O sea que sus abordajes eran más líricos que épicos. Seguimos: el rey de Francia, Francisco I, hizo lo mismo con Jean Fleury y Jacques de Sores. Podemos incluir en este selecto grupo a Madame Jeanne de Clisson (la Leona Sangrienta), noble francesa, que se volvió corsaria de Inglaterra para vengar la muerte de su marido, luchando contra el entonces rey de Francia y de paso, contra todo lo español. Famosa por su valor y belleza, la “pobrecita” se deshizo de sus propiedades, compró una flota que ella misma capitaneaba, dedicándose, con tanto entusiasmo al trabajo, junto a sus hijos, “que por donde pasaba, cortaba gargantas, hundía barcos, robaba lo impensable y quemaba pueblos enteros”. No fue la única fémina dedicada a estos menesteres. Los corsarios también llegaron a la piratería; una vez acabada la guerra y anulada la patente, seguían con sus actividades, pero a finales del siglo XVII, todos los países se pusieron de acuerdo para anularlas, porque a todos les perjudicaban por igual.

Para el vulgo de la época un corsario era casi un fantasma, algo misterioso y sobrenatural, según decían, “la nave de un pirata era un bastimento largo y negro, metido en el agua como una culebra entre la hierba, con una traza diabólica y una dimensión colosal, que boga con más ligereza que caminan las nubes, que no le importa que el aire sople de un lado a otro, porque sabe caminar en cualquier tipo de vientos, y la nave que persigue está perdida sin remedio”. Los bucaneros normalmente actuaban en tierra firme, eran europeos, especialmente franceses, todos eran aventureros zaparrastrosos, forajidos, esclavos blancos y negros, fugitivos y multitud de proscritos. Ocuparon la parte septentrional de la isla de La Española, así que en 1605, se ordenó al gobernador de Santo Domingo, Antonio de Osorio, que decretara el traslado de las poblaciones españolas allí existentes hacia el interior con la finalidad de acabar con el contrabando.

Los bucaneros ocuparon esa zona y se dedicaron a la caza, imitando la forma de secar y ahumar la carne del jabalí de los indios caribes, quemando madera verde en unos lugares, que en lengua “arawac” significa “bucan”, de donde procede la palabra bucanero. El hecho de ser la mayoría franceses, sirvió para que Luis XIV, a la sazón rey de Francia, reivindicase la isla, obteniendo su soberanía en el Tratado de Rijswijck en 1697, dividiendo así a La Española o isla de Santo Domingo entre franceses y españoles (esta separación es el origen de la actual división de la isla en dos estados independientes: Haití, de lengua francesa, que cubre la parte occidental y la República Dominicana, de lengua española, que cubre la oriental). En cualquier caso, los bucaneros y más tarde los filibusteros, se convirtieron en especialistas, sobre todo, en buques españoles. Los filibusteros eran piratas libertarios utilizados por distintos países europeos en sus pretensiones colonialistas.

Los piratas, asaltantes marítimos que actuaban por cuenta propia, se agruparon en una cofradía: la Cofradía de los Hermanos de la Costa; asociación creada para robar barcos y ciudades españolas en América. No tenían ley escrita, pero sí ciertas reglas aceptadas por todos, que se trasmitían oralmente. Tras un período obligatorio de aprendizaje; “el matelotage”, después del cual el interesado se adscribía a la Cofradía, la cual funcionaba en alguna medida, como un seguro de vida que tenía una serie de prestaciones ante los accidentes, enfermedades o coyunturas trágicas de la vida que pudieran surgir entre los miembros de la compañía. Su centro de operaciones era la isla de la Tortuga (al noroeste de Haití). Allí era elegido por todos un gobernador y, desde donde organizaban sus expediciones. Los piratas acostumbraban hacer una escritura de contrato, en la que especificaban cuanto debía cobrar el capitán (200 pesos), el carpintero (100-150 pesos), el cirujano y los medicamentos (200 o 250 pesos) y era el único que podía recibir pagas extras, el vigía, de los mejores pagados por su especial importancia (1.500 pesos); luego las “ayudas”; por la pérdida del brazo derecho 600 pesos o 6 esclavos; por el izquierdo 500 pesos o 5 esclavos; la pierna derecha 500 pesos o 5 esclavos; la pierna izquierda 400 pesos o 4 esclavos; por un ojo o un dedo 100 pesos o un esclavo.

Isla de la Tortuga

Isla de la Tortuga

Tenían un lenguaje común el “pinche”; mezcla de castellano, inglés, portugués, flamenco, francés y bantú. Muchas veces, los piratas actuaban como corsarios en tiempos de guerra y muchos corsarios como piratas en tiempos de paz. A partir de 1560, se incrementó la piratería en el Caribe por el gobierno francés, inglés y holandés, incluyendo la patente de corso especialmente en los puertos, más que en alta mar, porque los navíos mercantes españoles estaban defendidos por galeones de escolta. Lo peor de esas flotas piratas es que aparte de atacar a los navíos españoles en los puertos donde se concentraban, o cerca de ellos, arramblaban sin contemplaciones con todas las mercancías o avituallamientos que necesitaban para sus actividades. Consideraban como todos los ladrones del mundo, que lo de los demás, estaría mejor en sus manos.

Existen cinco períodos de piratería; el primero entre 1521 y 1560. El primer elemento conocido dedicado a esos menesteres fue el francés Jean Fleury – Juan Florín para los españoles – (para ciertos autores Giovanni Verrazano, florentino al servicio de Francia y que tiene un puente en Nueva York que lleva su nombre), su hazaña fue capturar parte del tesoro de Moctezuma (último emperador azteca) que Cortes envió al emperador Carlos V (impuesto sobre los metales preciosos, denominado el quinto real). A raíz de este incidente se multiplicaron los ataques a los buques españoles que re-gresaban de América cargados de riquezas. Luego, en 1522-44 y en 1552-55 entraron en danza los corsarios o piratas como François Le Clerc (llamado por los españoles Pata de Palo, porque fue el primer pirata que uso una pierna ortopédica) y Jacques de Sores que atacaron y saquearon los puertos españoles de las Antillas. A partir de la década de 1530, piratas y corsarios franceses capturaron diversos mercantes españoles en aguas americanas pero con exiguos botines, pero la situación cambió cuando se empezó a enviar a España grandes remesas de plata y oro creándose por Felipe II el sistema de convoyes, destacando Richard Hawkins y Francis Drake como principales protagonistas, aparte de que en 1560 se sucedieron ataques franceses contra los navíos españoles en su paso por el canal de las Bahamas, después de haber sido expulsados del fuerte Fort Caroline en la provincia de La Florida por Pedro Menéndez de Avilés.

El segundo período (1569-1621) se alargó hasta el fin de la Tregua de los Doce Años y corresponde al acoso de los “perros del mar ingleses” de la reina Isabel I, destacando Francis Drake, Thomas Cavendish, Walter Raleigh, Richard Hawkins y George Clifford, tercer conde de Cumberland. En 1604 cesaron los perros del mar iniciándose los “mendigos o pordioseros del mar holandeses” que actuaban en al Canal de La Mancha atacando a cualquier navío que oliera a español.

El tercero (1622-1655) fue el de la gran ofensiva holandesa y el de la piratería libertaria: bucaneros y comienzos del filibusterismo; que concluyó con la toma de Jamaica por los ingleses, en 1655.

El cuarto (1656-1671) fue el auge del filibusterismo que actuó en las islas de la Tortuga y Jamaica, desde donde fueron bombardeadas, saqueadas, destruidas o quemadas diversas ciudades españolas; Cumaná en Venezuela, Maracaibo (2 veces), Rio Hacha en Colombia (5 veces), Santa Marta en Colombia (15 veces), Campeche, Yucatán en México (3 veces), Panamá, Santiago de Cuba, destacando el inglés Christopher Mings, el holandés Eduard Mansvelt, el francés Jean David Nau (el Olonés) y terminando con la toma de Panamá por el también inglés Henry Morgan.

El quinto y último (1672-1697) fue la agonía del filibusterismo que, perseguido por Inglaterra, sólo fue utilizado por Francia como apoyo de sus escuadras en el Caribe, destacando el holandés, al servicio de Francia, Laurent de Graff (conocido por Lorencillo por su baja estatura) en su ataque a Veracruz, en 1683. De la leyenda de este personaje, se hacen ecos todavía hoy las madres veracruzanas al atemorizar a sus pequeños diciéndoles “si eres malo llamo a Lorencillo”. Por cierto, el tal Lorencillo fue artillero en la Marina Española.

La Armada del Mar del Sur fue creada en 1580 por la Corona española para mantener fluidas, seguras y controladas las rutas marítimas en el Pacífico

En 1526, se prohibió hacer travesías de barcos en solitario para evitar ataques de los piratas, proteger a los navíos de los huracanes e impedir el contrabando, por lo que se empezó a navegar en grupos de convoyes escoltados por galeones armados (a esto se le llamaba popularmente “viajar en conserva”). Esta protección se costeaba con el impuesto de “avería” que cobraba la Casa de Contratación de Sevilla, según el valor del cargamento. Para defender los navíos que transportaban el oro y la plata americana (aparte de otros productos) hacia España, que formaban la Carrera de Indias y como defensa de las costas y puertos que pertenecían a la Monarquía Hispánica se crearon: la Armada de Barlovento, estacionada en Veracruz (México), que empezó a funcionar realmente en 1636 (con anterioridad a esa fecha hubo otra Armada de Barlovento, mucho más pequeña, que arrancó en 1598) y que defendía fundamentalmente las islas españolas del Caribe; la Armada del Mar del Sur creada en 1580 para proteger el Virreinato del Perú y mantener fluidas, seguras y controladas las rutas marítimas en el Pacífico, especialmente la ruta Callao-Panamá, dado que desde el virreinato peruano se enviaban grandes cantidades de plata y oro a España. Su base estaba establecida en el puerto del Callao. Su espacio de actuación fue toda la costa pacífica, desde el Cabo de Hornos a Centroamérica.

Cartagena de Indias

Cartagena de Indias

En 1582, se organizaron patrullas guardacostas y galeras como la de Cartagena de Indias, repartidas en los puntos más sensibles del Caribe español. Los españoles solo ocuparon las Grandes Antillas (Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico), mientras que las Pequeñas Antillas fueron sede de la mayor parte del siglo XVII de aventureros y piratas utilizados por las monarquías europeas para debilitar a España e introducirse en el mercado hispanoamericano. El número de navíos que defendía todo tipo de convoyes españoles inicialmente no eran numeroso, cinco o seis barcos, aunque posteriormente se aumentó. Por último, resaltar que otro medio de defensa naval fue el corsarismo, que España no usó hasta finales del siglo XVII (Felipe IV). Los Reyes Católicos lo habían prohibido en 1498 al ser considerando una variante de la piratería, por ello el corso español no se configuró en Indias hasta 1674, año en que se reglamentó por medio de unas ordenanzas, y que estuvo en relación con la represión del contrabando más que con el asalto y captura de bienes ajenos por la vía de la fuerza. La verdad es que para la Monarquía Hispánica, fue una verdadera pena. El ser tan “honrados y tan considerados” no nos produjo nada bueno, más bien al contrario, pero así somos los españoles.

Sin duda el mayor golpe lo dio el vicealmirante holandés Piet Heyn, quien el 8 de agosto de 1628, logró capturar la flota de La Nueva España (México), al mando del general Juan de Benavides, a la altura de la bahía cubana de Matanzas. Los españoles avistaron la flota de Heyn, pero debido a una serie de contratiempos, las embarcaciones ligeras que tenían que prevenir a la flota de la plata, que ya había salido de Veracruz, no pudieron encontrarla. (Hay que hacer notar que en Cuba, en marzo, se reunían dos convoyes antes de salir hacia España con los productos americanos: el que venía de Veracruz en Nueva España (México), la llamada “flota de La Nueva España”, y el procedente de Portobello o Nombre Dios en Panamá, llamada la “flota de los Galeones o de Tierra Firme”, a donde se enviaban los metales procedentes de Perú, que se juntaban en La Habana).

Pues bien, el 8 de septiembre, los veintidós galeones de la plata de la flota novohispana se encontraron atrapados por la flota de Heyn cerca de la costa cubana. El general español, Juan de Benavides Bazán, buscó refugio en la bahía de Matanzas con la esperanza de poder desembarcar la plata sana y salva. Sin embargo, los españoles fueron presa del pánico y los neerlandeses capturaron la plata, índigo, cochinilla y todos los barcos, casi sin oposición. La flota de Heyn volvió a Holanda con el tesoro en enero de 1629. El tesoro se valoró en 11,5 millones de florines, cantidad que representaba aproximadamente las 2/3 partes del coste total anual del ejército neerlandés. El dinero se invirtió en pagar un considerable dividendo a los accionistas de la compañía que había pagado la expedición, la WIC, Compañía Neerlandesa de las Indias Occidentales, (en holandés, West Indische Compagnie), que operó en el Atlántico entre los siglos XVII y XVIII. Sorprendentemente a Heyn sólo le dieron 7.000 florines, lo que le impulsó a abandonar la compañía en el acto. El valor de las acciones se disparó muy por encima de los valores máximos anteriores, pero esta situación duró poco. Algunos inversores (los más espabilados) cobraron el dividendo y luego vendieron las acciones. Un año después las acciones de la WIC habían perdido casi la mitad de su valor. El general español fue ahorcado. Con el inmenso botín, la WIC organizó la gigantesca armada con la que Hendrick Corneliszoon Loncq, sustituto de Heyn, se apoderó de Pernambuco (Brasil) en 1630, estableciendo allí la colonia de Nueva Holanda que pervivió hasta 1654. En 1627, la WIC había capturado 55 barcos portugueses y 118 españoles.

Ataque al Puerto de Veracruz, 1683

Ataque al Puerto de Veracruz, 1683

Por último, en 1634 los holandeses se apoderaron de la isla de Curaçao, frente a la costa venezolana y estableciendo enclaves comerciales en las islas de Venezuela. Los franceses habían ocupado Guadalupe, Martinica y algunos puertos en la costa noroeste de La Española. Los ingleses se establecieron en Jamaica, Barbados (base principal de sus corsarios), Bermudas (1602) y en La Antigua. La Paz de Westfalia de 1648, que ponía fin a la guerra de los Treinta Años y reconocía a Holanda la posesión de Curaçao, fue para los españoles el fin de la pesadilla de los piratas y corsarios holandeses, que habían estado hostigando América desde fines del siglo XVI. A la pérdida de Santo Domingo, futuro Haití, hay que sumar la de Jamaica en 1655 a manos de una escuadra inglesa al mando del almirante William Penn. La isla se convirtió en la base del filibusterismo inglés hasta el tratado comercial anglo-español de 1670, aunque continuó siendo foco del contrabando británico.

Los tres más notorios y conocidos piratas y corsarios fueron: Juan Morgan o Henry Morgan: el más famoso de los piratas ingleses en el Caribe. Nació en Gales. En 1666 participó en la conquista de la isla de Santa Catalina a los españoles, y logró ser nombrado jefe de los bucaneros tras la muerte del comandante de la expedición, Edward Mansfield. En 1669, en una expedición de exploración de las costas españolas del Caribe ordenada por el gobernador de Jamaica, sir Thomas Modyford, asaltó y destruyó Puerto Príncipe y Portobello, lo intentó con La Habana y derrotó en la entrada de la laguna de Maracaibo al almirante español, Alonso de Campos, tres de cuyos barcos hundió. Luego se lanzó a una de las expediciones piratas más arriesgadas de su época, el asalto a Panamá, en 1670.

La expedición fue un éxito: una vez tomado el fuerte Chagres (en el actual istmo panameño), los bucaneros lo cruzaron y ocuparon la ciudad tras derrotar a las fuerzas españolas que se les opusieron. Este audaz golpe, que causó una honda impresión en Europa, le reportó un gran botín, pero provocó el malestar de las autoridades inglesas, que acababan de firmar un tratado de paz con España, puesto en entredicho por este acto de rapiña. Llamado de vuelta a su patria, se defendió hábilmente de los cargos que sobre él pesaban, pero se vio favorecido por el empeoramiento de las relaciones entre Inglaterra y España. De esta manera, no sólo retornó rehabilitado al Caribe, en 1674, sino que lo hizo con el título de caballero y con el cargo de gobernador de Jamaica. Sin embargo, fue destituido al poco tiempo, acusado de corrupción, lo que no le impidió acabar sus días viviendo como un rico hacendado.

Francisco Lolonois: el más indeseable, sanguinario, cruel, torturador y maquiavélico de los piratas de la zona del Caribe, al que los españoles siempre ansiaban atrapar, pero nunca lograron doblegar. Se llamaba Jean David Nau, más conocido como El Olonés, debido a su origen, pues nació en la villa francesa de Sables D’Olonne (zona atlántica del Loira). De un extraordinario valor, notoria seguridad, cualidades que le servían para tener un gran dominio de sus subalternos, robó muchos tesoros, cometiendo atrocidades inimaginables. En 1650 partió hacia el Caribe. Es sobradamente conocida su hazaña, junto a Miguel el Vasco, de la toma de Maracaibo en el año 1665. En los últimos años de su vida, durante un ataque a San Pedro en Nicaragua, mató a un gran número de españoles a lo que quería sonsacar información sobre rutas y defensas. A los últimos que dejó con vida los aterrorizó extrayéndole el corazón a un compañero, comiéndoselo ante ellos como una fiera. Murió descuartizado y devorado vivo, a manos de los indios antropófagos Kuna que echaron sus pedazos al fuego, en el intento de remontar el río San Juan para llegar al lago Nicaragua. Ejemplar fin para semejante sujeto.

Sir Francis Drake: En enero de 1586 llegó a la isla de La Española, donde mandó desembarcar 1.200 hombres que tomaron la ciudad de Santo Domingo, exigiendo un rescate de 25.000 ducados a las autoridades españolas por su devolución. Un mes más tarde, después de haber incendiado parte de la ciudad, cobrado el dinero y apropiarse de todas las vajillas, joyas, cadenas, pendientes y de todo lo que de valor pudo encontrar, los atacantes se retiraron, haciéndose nuevamente a la mar. La misma operación fue llevada a cabo contra Cartagena de Indias (Colombia), con veintitrés navíos, ciudad que asaltaron la noche del 19 de febrero y que mantuvieron en su poder durante seis semanas, devolviéndola a cambio de 107.000 ducados. El 1 de marzo, habiendo tenido pocas bajas durante los enfrentamientos con los españoles y los indígenas en Santo Domingo y Cartagena, pero diezmados por la fiebre amarilla, zarparon de Cartagena de Indias con la intención de regresar a Inglaterra. El 27 de abril tocaron tierra en el cabo de San Antonio (oeste de Cuba), y de allí siguieron hacia la costa de Florida; el 28 de mayo remontaron el río San Agustín hasta llegar a la fortaleza española del mismo nombre, que también incendiaron. Murió de disentería en un frustrado ataque frente a las costas de Portobello, Panamá. Fue armado caballero por Isabel I de Inglaterra en recompensa por sus “servicios” a la corona inglesa.

Principales navíos españoles atracados: 1523, Carabelas con el tesoro de Moctezuma por Juan Florín (cerca del cabo San Vicente, Portugal). 1579, Galeón “Nuestra Señora de la Concepción” por Francis Drake (a la altura de Esmeraldas, ciudad de Ecuador). 1587, Galeón de Manila “Santa Anna” por Thomas Cavendish (en el Cabo San Lucas, Baja California, México). 1628, Flota de Indias por Piet Heyn (en la Bahía de Matanzas, Cuba). 1657, Flota de Indias por Robert Blake y Richard Stayner (en Santa Cruz de Tenerife). 1668, Nave vicealmiranta de la flota de Indias por Pierre Le Grand (en el Cabo Tiburón, isla La Española). 1709, Galeón de Manila “Nuestra Señora de la Encarnación” por Woodes Rogers (en el Cabo San Lucas, Baja California, México). 1743, Galeón de Manila “Nuestra Señora de Covadonga” por George Anson (en Albay, Isla de Luzón, Filipinas). 1762, Galeón de Manila “Santísima Trinidad” por Samuel Cornish (en el Cabo Espíritu Santo, Isla de Sámar, Filipinas).

Es de hacer notar que el nivel de la piratería y corso en los primeros años, solía coincidir con las situaciones bélicas en Europa. Los franceses fueron muy activos de 1500 a 1559, los ingleses, durante las últimas décadas del siglo XVI y los holandeses desde 1570 hasta el tratado de paz de 1648 de Westfalia, final de la Guerra de los Treinta Años. La reacción inglesa a la Armada Invencible de 1588 fue especialmente virulenta: más de 200 navíos ingleses realizaron incursiones de castigo contra España y la América española entre 1589 y 1591. El problema se intensificó en la época de las guerras de religión en Europa después de 1560. Después de ese año, la piratería adquirió tonos fuertemente conflictivos porque los intereses de países y religiones exageraban su importancia, por lo que las otras potencias europeas no tardaron en darse cuenta de la incapacidad española de controlar sus mares imperiales y no tuvieron escrúpulos en extender las guerras europeas a aguas coloniales.

No sólo hace años era práctica común la piratería marítima, hoy en día sigue estando de actualidad. Los actuales piratas vienen actuando en la zona de Somalia (el cuerno de África), entre otras, de forma que “funcionarios” de cualquier nacionalidad se dedican a la extorsión y al saqueo marítimo. Y para variar, el gobierno español demostrando su debilidad, ha pagado mucho dinero para liberar a los navíos españoles secuestrados, sin que se entere la opinión pública, o sea de tapadillo, aunque al final, como siempre pasa, se ha sabido. Seguimos con una de nuestras vergüenzas: no sabemos defender lo nuestro ¡España ha tenido y sigue teniendo demasiados frentes terrestres y marítimos, que no ha sabido ni podido defender! Gibraltar, pongo por caso.

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