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24 noviembre 2015 • La lectura de tales obras y otras de su tenor resulta muy recomendable • Fuente: Periódico "Hoy" - Badajoz

Alberto González Rodríguez

Si es que quedan historiadores

amo_del_mundo_castellanoLa historia es maestra de la vida; esto es, la ciencia que enseña cómo sucedieron las cosas en el pasado a fin de que los hombres aprendan de sus aciertos y no repitan los errores. Por eso la historia debe ser rigurosa, con sujeción estricta a la verdad. Como dice el profesor Roberto Fernández Díaz, recientemente galardonado con el Premio Nacional de Historia de España, “al historiador se le paga para que ofrezca la mayor cantidad de verdad histórica posible.” Para él lo único que cuenta son los hechos, la realidad, no siéndole aceptable ni la invención; ni la ucronía o elucubración; ni la especulación; ni menos tergiversarla para acomodarla a su ideología. El buen historiador es el que se ciñe solo a la realidad. Sobre esta base, los rasgos que lo definen, según Laín Entralgo, son: precisión argumental; ponderación en el juicio; penetración en la conjetura interpretativa y clara composición de lo que escribe.

En el extremo opuesto del historiador que refiere el pasado con rigor se encuentra –permítasenos el oxímoron—el historiador del futuro; el que escribe con su imaginación la historia ficticia de lo que aún no ha ocurrido pero quizá pudiera ocurrir, y que en no pocas ocasiones resulta profética, porque en efecto ocurre. Así como al historiador verdadero no le está permitida la fantasía, esa es precisamente la herramienta de la historia de ficción. Dar rienda suelta a la imaginación para predecir el futuro, siendo tanto mayor su mérito cuanto mayor sea la fantasía. Y del mismo modo que el historiador hace aprender de los errores pasados, el de ficción también puede hacerlo mediante la fabulación de errores futuros no sucedidos pero que pueden suceder. El género ofrece numerosas obras maestras; algunas estremecedoras por su capacidad de anticipar cosas que luego ocurrieron realmente.

La misma capacidad profética que Verne desplegó en el campo de las ciencias para imaginar hace más de un siglo inventos, maquinas y hechos inconcebibles en su tiempo –del submarino al cohete espacial pasando por la televisión y la bomba atómica– que luego se hicieron realidad, la han aplicado otros autores al de la ficción histórica, siendo numerosas las obras de creación escritas hace décadas que adelantan situaciones inconcebibles entonces que hoy son realidad. Ejemplo de clarividencia son algunas que se refieren al dominio de la sociedad por parte de los poderes políticos mediante complejas maniobras de ingeniería sociológica; disolución y desaparición de Europa; o aniquilación de la Iglesia Católica, profetizando con exactitud estremecedora situaciones de nuestros días.

Recuérdese, sobre el dominio de la sociedad, el “Mundo feliz” de Huxley (1931) y el “1984” de Orwell (1948) para comprobar que el control y dominio de las masas mediante la determinación de su voluntad, ideas y creencias, y la configuración de su comportamiento por medio de una policía del pensamiento, que hoy podrían ser la televisión y otros medios de decisiva influencia colectiva, son una realidad muy aproximada en nuestro tiempo.

O respecto a la anticipación de lo que está aconteciendo en Europa, “La rebelión de las masas” de Ortega y Gasset (1928) cuyas tesis se encuentran ya en “España invertebrada” (1921) y su augurio sobre la gran amenaza de “la aparición de la coleta del primer chino sobre los Urales o la puesta en movimiento del gran magma islámico”. O “Años decisivos”, de Oswald Spengler (1929) y su augurio de que en tres generaciones a partir de entonces sobre cada catedral de Europa se alzaría una mezquita. Preocupantemente acertado en sus predicciones, por la exactitud con que se están cumpliendo, resulta “El cementerio de los santos”, de Jean Raspail (1973) obra que se inicia cuando un millón de emigrantes zarpa de la India rumbo a Francia embarcados en mil viejos barcos; sigue con la paralización de los gobiernos europeos, que no saben qué hacer frente a la invasión para acabar aplicando el buenismo débil de su acogida masiva, lo que propicia avalanchas semejantes desde China y África; y acaba con la ocupación de Europa, tras su llegada, junto con los emigrantes ya instalados en ella; disolución de sus instituciones, economía, cultura, tradiciones, modos de vida y todas sus demás estructuras; y finalmente desaparición de la civilización accidental. El relato, aunque de ficción, resulta estremecedor. Y quizá no imposible. La “marcha verde” del Sahara hace ahora cuarenta años, o los miles de emigrantes musulmanes que hoy vagan por el viejo continente, tal vez sean un anticipo de la obra de Raspail.

En lo que concierte a la Iglesia Católica, amo_del_mundo_castellanoLos bufones de Dios”, de Morris West (1980) o “La última aparición de la Virgen”, de Santiago Martín (2008) son anticipo de planes para bombardear el Vaticano; introducir enemigos en su seno para destruirla desde dentro; eliminar al Papa declarándolo incapaz, loco o enemigo de la Iglesia, o asesinarlo directamente; elegir pontífices demoníacos para desmontarla con su autoridad, y otras ficciones que inducen seriamente a la reflexión.

La lectura de tales obras y otras de su tenor resulta muy recomendable, especialmente para quienes tienen la responsabilidad de tomar decisiones con visión de Estado, a fin de que esa historia que todavía hoy es ficción no sea la que tengan que contar como real los historiadores del futuro. Si es que en el futuro quedan historiadores.