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20 noviembre 2015 • Solo desde la consideración de lo religioso podrán los hombres de Gobierno hacer frente a las exigencias del bien común • Fuente: Gaceta de la Fundación José Antonio Primo de Rivera – nº 62 – 29 de Octubre de 2015

Angel David Martín Rubio

José Antonio y la Religión

«Queremos que el espíritu religioso, clave de los mejores arcos de nuestra Historia, sea respetado y amparado como merece, sin que por eso el Estado se inmiscuya en funciones que no le son propias ni comparta –como lo hacía, tal vez por otros intereses que los de la verdadera Religión– funciones que sí le corresponde realizar por sí mismo»[1].

La alusión de José Antonio a la religión católica en su discurso del 29 de octubre de 1933 fue, ante todo, una profesión de fe en un contexto como la España republicana. Allí se estaba gestando una de las más sangrientas persecuciones religiosas del mundo contemporáneo, expresada hasta entonces en las agresiones e incendios de edificios sagrados así como en la legislación laicista[2]. Pocos meses después de pronunciarse estas palabras, se iniciaron durante la revolución de octubre de 1934[3], los asesinatos que iban a continuar de manera ininterrumpida en el ciclo 1936-1939.

Encontramos en sus palabras, además, una doble referencia. La constatación del papel insustituible que la religión católica había desempeñado en la gestación y en la historia de España así como la voluntad decidida de que el Movimiento que estaba naciendo asumiera dicha aportación desde una ineludible continuidad[4].

Por debajo de las palabras late una cuestión de fondo: ¿El Estado debe inspirar en la religión católica sus leyes y fines de acción? o, por el contrario ¿tiene que optar por la neutralidad o la positiva hostilidad ante las materias religiosas?

La respuesta a esta pregunta que apunta José Antonio coincide con la dada por la teología católica. El Derecho y el Estado son sujeto capaz de una inspiración religiosa adecuada a su propia naturaleza. Por tanto, el derecho positivo debe concretar un derecho natural que se asienta en la suprema ley divina y el bien común (que la autoridad civil reconoce como fin inmediato) no es ajeno al destino sobrenatural del hombre sino que se debe ordenar a él. Todas las instituciones sociales, todas las acciones y directivas políticas deben tener en cuenta una verdad fundamental: que el hombre no ha sido hecho para este mundo, sino para la Eternidad[5].

Contienen, por último, las palabras de José Antonio en la Comedia una referencia a las relaciones Iglesia-Estado (aspecto éste más exterior de la cuestión) que sería explicitada más adelante en los 27 puntos[6] en unos términos que nos hemos esforzado por dilucidar en otra ocasión[7] y que apuntan a las formulaciones concordatarias características del pontificado de Pío XI a la hora de formalizar y someter a norma jurídica dichas relaciones.

Celda de la Cárcel de Alicante que ocupaba José Antonio y de la que salió para ser asesinado

Celda de la Cárcel de Alicante que ocupaba José Antonio y de la que salió para ser asesinado

Qué diría hoy José Antonio

Cualquier pronunciamiento al respecto en la España de comienzos del siglo XXI debe tomar en consideración el definitivo afianzamiento del proyecto laicista una vez que, la Constitución de 1978 implantó un sistema político carente de cualquier referencia moral. Por eso se puede hablar de «la ruina espiritual de un pueblo por efecto de una política», en expresión referida a una forma de gobernar que constituye la aplicación práctica de un sistema erróneo de conceptos sobre la vida y sobre la sociedad[8]. Cerrar los ojos a la conexión entre los procesos políticos y la descristianización que se ha acelerado en los últimos decenios sería negar la realidad.

Sin necesidad de remontarnos mucho en el tiempo, evocamos hechos como las actuaciones del poder público durante el zapaterismo y la absoluta falta de voluntad efectiva y consecuente por parte del Partido Popular para rectificar la demolición promovida desde la legislación por anteriores gobiernos en éste y otros terrenos. O episodios de trágica reiteración como las blasfemias en público, las profanaciones y los reiterados ataques a la religión católica desde medios de comunicación e instancias político-culturales. El proyecto aspira aún a alcanzar metas más radicales porque nunca se ha planteado como meta, ni siquiera teóricamente, una hipotética convivencia pacífica con el hecho religioso sino que aspira a erradicar definitivamente el cristianismo.

Al perder las leyes su cimiento en un orden moral objetivo, únicamente se fundamentan en la expresión de la voluntad general conocida a través del resultado de las elecciones partitocráticas. Se lleva así a sus últimas consecuencias el iuspositivismo racionalista que ha logrado imponer, al menos en los países de nuestro entorno cultural, la autonomía del derecho y de la política frente a la religión o la moral.

Por tanto, un discurso político que hoy se pretenda católico, puede asumir de las palabras pronunciadas por José Antonio en el Teatro de la Comedia tanto la crítica al sistema liberal como a su falsa alternativa socialista. No solo como sistemas económicos radicalmente injustos sino en virtud de su propio fundamento filosófico radicalmente anti-teológico:

«Cuando, en marzo de 1762, un hombre nefasto, que se llamaba Juan Jacobo Rousseau, publicó El contrato social, dejó de ser la verdad política una entidad permanente. Antes, en otras épocas más profundas, los Estados, que eran ejecutores de misiones históricas, tenían inscritas sobre sus frentes, y aun sobre los astros, la justicia y la verdad. Juan Jacobo Rousseau vino a decirnos que la justicia y la verdad no eran categorías permanentes de razón, sino que eran, en cada instante, decisiones de voluntad»[9].

Cabria recordar aquí todas las citas de José Antonio que manifiestan su aprecio por el intelectualismo vigente en el ámbito de la Escolástica medieval y que consiste en la afirmación del predominio del entendimiento y la razón sobre la voluntad. De acuerdo con estos principios, se parte de la idea de un orden moral inmutable y universal, del bien, la verdad, la justicia… cognoscibles y como categorías permanentes que se imponen a la acción y legislación humana.

Para el derecho natural de tradición cristiano-aristotélica lo bueno y lo justo se han de medir conforme a las exigencias ordenadas (en cuanto dirigidas a un fin) de la naturaleza humana, que siempre y en todos los casos ha de interpretarse según un criterio teleológico. El principio finalista, que tiene su raíz en la metafísica del ser, es, pues, el fundamento de la unidad esencial del ser y del deber, del ser y del bien. Y no cabe concebir el fin del hombre —esa es la aportación esencial del cristianismo— al margen de su vocación sobrenatural.

Por tanto, y a diferencia de lo que suelen hacer hoy las instancias eclesiásticas oficiales, no basta con limitarse a exhortar para que ciudadanos y gobernantes en sus decisiones y actos electivos se sometan a la norma moral. Se requiere que sea moral el sistema mismo. Es decir, que esté constituido de tal forma que no sea legítimo dentro de él atentar contra la citada ley moral. Resulta contradictorio dar por bueno un sistema político que lleva jurídicamente a efectos moralmente inadmisibles y no es posible en conciencia aceptarlo y participar en él sin hacer lo necesario por corregirlo

Recordemos, por último, que el espíritu religioso era evocado por José Antonio en el discurso de la Comedia como una reivindicación más dentro de «nuestro sentido total de la Patria y del Estado que ha de servirla». También hoy, solamente desde la consideración de lo religioso como constitutivo interno de la sociedad y desde su subordinación a la ley moral, podrán los hombres de Gobierno hacer frente a las exigencias del bien común.

__________________________

[1] José Antonio PRIMO DE RIVERA, Discurso de la fundación de Falange Española (29-octubre-1933) [disponible en línea] http://www.rumbos.net/ocja/jaoc0011.html.

[2] Cfr. Ángel David MARTÍN RUBIO, “La quema de conventos de 1931”, en José Javier ESPARZA (ed.), El libro negro de la izquierda española, Barcelona: Chronica, 2011, 61-67.

[3] En relación con el asesinato del diputado tradicionalista Oreja Elósegui dijo José Antonio: «Fue Marcelino Oreja, de una parte, el hombre de la tarea callada de todos los días: fue, de otra parte, el hombre que durante la tarea albergaba en su corazón un ideal de los más hondos, de los más completos y de los más difíciles. Aquella existencia silenciosa fue sólo una tarea inacabable en un taller pulcro y ordenado, iluminado apenas por una lucecita perenne, que era la luz de su ideal. ¡Bienaventuradas esas vidas que nos sirven de ejemplo hasta que llega el instante en que la Suprema Providencia dispone que lo que era apenas resplandor se convierta en luz inefable de gloria, y lo que era tarea de todos los días se convierta en inacabable descanso!»: (Palabras pronunciadas en el Parlamento, 9-noviembre-1934) [disponible en línea] http://www.rumbos.net/ocja/jaoc0074.html.

[4] Los Puntos Iniciales de Falange Española expresan la misma idea con mayor precisión: «Lo espiritual ha sido y es el resorte decisivo en la vida de los hombres y de los pueblos. Aspecto preeminente de lo espiritual es lo religioso. Ningún hombre puede dejar de formularse las eternas preguntas sobre la vida y la muerte, sobre la creación y el más allá. A esas preguntas no se puede contestar con evasivas; hay que contestar con la afirmación o con la negación. España contestó siempre con la afirmación católica. La interpretación católica de la vida es, en primer lugar, la verdadera; pero es además, históricamente, la española. […] El Estado nuevo se inspirará en el espíritu religioso católico tradicional en España y concordará con la Iglesia las consideraciones y el amparo que le son debidos»: (FE, 7-diciembre-1933) [disponible en línea] http://www.rumbos.net/ocja/jaoc0014.html

[5] «Porque sólo se respeta la libertad del hombre cuando se le estima, como nosotros le estimamos, portador de valores eternos; cuando se le estima envoltura corporal de un alma que es capaz de condenarse y de salvarse»: José Antonio PRIMO DE RIVERA, Discurso de la fundación de Falange Española, loc. cit..

[6] «25. Nuestro Movimiento incorpora el sentido católico –de gloriosa tradición y predominante en España– a la reconstrucción nacional. La Igesia y el Estado concordarán sus facultades respectivas, sin que se admita intromisión o actividad alguna que menoscabe la dignidad del Estado o la integridad nacional»: Norma Programática de la Falange (redactada en noviembre-1934) [disponible en línea] http://www.rumbos.net/ocja/jaoc0075.html. Una conferencia monográfica sobre el punto 25 pronunciada por Manuel Valdés Larrañaga en un Curso de Formación organizado por FE de las JONS en junio de 1935, concluye en unos términos que excluyen cualquier tipo de naturalismo o de consideración puramente sociológico-histórica del hecho religioso: «Precisadas y concertadas, en cuanto a sus específicos fines, la potestad religiosa y la civil, puede dirigirse la común empresa moral de salvación espiritual –en lo trascendente– y de consecución del bien común en la sociedad y desde el punto de vista histórico»: “Educación Nacional. Religión”, José Antonio y la Revolución nacional (Textos seleccionados por Agustín del Río Cisneros), Madrid: Ediciones del Movimiento, 1964, pág. 320.

[7] Ángel David MARTÍN RUBIO, “Catolicismo y Falange en la época fundacional” (Madrid, 14-noviembre-2014) [disponible en red] http://www.ivoox.com/catolicismo-falange-audios-mp3_rf_4155637_1.html.

[8] Cfr. Francisco CANALS, “El ateísmo como soporte ideológico de la democracia”, Verbo 217-218 (1983).

[9] José Antonio PRIMO DE RIVERA, Discurso de la fundación de Falange Española, loc. cit.