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17 noviembre 2015 • ¿Dónde está el triunfo?

Luis Fernando de la Sota Salazar

75 Aniversario del Frente de Juventudes

Banderas MovimientoEn 1990, un pequeño grupo de antiguos miembros del Frente de Juventudes decidimos -a pesar de dudas y comentarios que nos auguraban un fracaso-, conmemorar el cincuenta aniversario de nuestra Organización.

Fue un éxito. Repasamos antiguas listas, mandamos cartas a todas las provincias, hicimos infinidad de viajes, recibimos adhesiones y aportaciones económicas, y la idea se fue materializando.

Comidas y cenas, algunas multitudinarias, en muchas ciudades españolas, dieron como fruto, la celebración en Madrid de una misa por nuestros muertos, de un ciclo de conferencias en la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense, en la que participaron como ponentes Jorge Jordana, Fernando Suárez, Enrique de Aguinaga, José María Lorente, Antonio Castro Villacañas y Juan Velarde, posteriormente publicadas en un librito titulado Reflexiones sobre la juventud de la postguerra, cincuenta años después, del que tuvimos que hacer dos tiradas y que se agotó. Cuatro casettes con más de cuarenta antiguas canciones. Una única revista que dirigió Antonio Gibello, con varios artículos y discursos entre los que recuerdo los de Luis Buceta, Jesús López Cáncio, y Antonio Castro, una jornada de campamento en una campa del pueblo de Los Molinos, ( Madrid), que acondicionamos en una noche con su mástil, y su Cruz de los Caídos. Que contó con una Eucaristía entre pinos, izado y arriado de banderas, consigna, comilona, fuego de campamento y un emotivo homenaje a los Caídos con su respectiva corona de laurel, que tuvieron el honor de portar los representantes de Cataluña y del País Vasco y que posteriormente llevamos a la basílica de Cuelgamuros.

Diez años más tarde, me comprometieron de nuevo para que organizase el sesenta aniversario. Hice lo que pude, y lo celebramos, gracias a la colaboración de Pepe Gárate (q.e.p.d.) en su Castillo de Castilnovo de Segovia.

Fue una celebración mucho más modesta, aunque tampoco faltaron la Misa, el izado de banderas, la fraternal comida, las canciones y un breve discurso. Pero todos fuimos conscientes de lo que habían clareado ya nuestras filas.

Los años, los achaques, y las inevitables ausencia definitivas, iban mermando nuestros efectivos.

Y llegamos a este año, en el que se cumplen 75 años y surgen algunas voces con el deseo de que no pase desapercibido.

Por mi parte, creo que al menos, la fecha merece una reflexión para aquellos que un día a lo largo de los veinte años que duró la existencia de la Organización fuimos miembros de ella. Su afortunada continuidad hasta el día de hoy, en la Organización Juvenil Española, OJE, con sus naturales diferencias generacionales, merecerá otra reflexión distinta.

La que fue denominada “Obra predilecta del Régimen”, acogió a miles de niños y adolescentes de toda España- tantas veces se ha dicho, pero nunca será suficiente- de todas la clases sociales y de familias de diferentes ideologías y militancias Yo conviví en varias actividades, con el hijo de un aristócrata, luego Grande de España, junto con humildísimos hijos de obreros, campesinos o mineros, en muchos casos hijos de padres con recientes condenas por motivos políticos e incluso con todavía estancia en la cárcel, y realizó el milagro de ser una juventud que se formó a sí misma, porque en muchos casos lo que nos llegaba de fuera, no se conciliaba como debiera con lo que soñábamos para los españoles y nos exigíamos a nosotros mismos.

Las virtudes de la disciplina, la austeridad, el afán de servicio, la recia y viril religiosidad, la camaradería, la excelencia de la obra bien hecha y el cumplimiento de la palabra dada y por encima de todo la lealtad a nuestras ideas y el amor a España. A una España diferente que seguía sin gustarnos, que nos fueron forjando y tallando con martillo y escoplo, y que han informado en la mayoría de nosotros, una buena parte de nuestras respectivas biografías, porque como la primera Comunión, todo aquello que sentíamos, que vivíamos y que ejercíamos, “imprimía carácter” y así lo fuimos transmitiendo año tras año, los más veteranos, a los que se iban incorporando o iban creciendo en edad.

Claro que posteriormente ha habido frustraciones. Y deserciones. Y hemos contemplado con amargura como algunos de nuestros camaradas, o han olvidado aquello que aprendieron o que juraron, o se han ido amoldando a otras situaciones más cómodas, ocultando e incluso negando sus antecedentes juveniles. Y también ha habido casos en los que su fervor revolucionario, que no se veía realizado en las contradicciones del régimen, lo canalizaron a través de otras militancias.

Pero eso ocurre en todos los estadios de la vida. Porque la humanidad está formada por personas con todas las debilidades y todos los errores y vicios de su propia naturaleza.

Y era previsible, que aquella época en la que “juramos vivir, en perfecta tensión” como decía una de nuestras canciones, de servicio y sacrificio, tenía que romper irremediablemente por algún lado y en muchos casos, al ir comprobando que la España, la de nuestros sueños y afanes, no era la oficial ni la real, que íbamos viviendo cada día.

Pero aún quedan- quedamos- los que todavía seguimos sintiéndonos orgullosos de aquella etapa de nuestra vida, y que ese orgullo, se sigue manifestando cuantas veces tenemos la oportunidad de vernos, de hacer alguna cosa juntos, y que en ocasiones, seguimos disfrutando de aquella camaradería compartida, de entonar las viejas canciones revolucionarias, en un ejercicio de nostalgia, a la que por supuesto tenemos derecho, aunque la repetición de muchas de sus estrofas, nos puedan dejar un cierto regusto de amargura o de frustración.

Pero hay dos cosas que creo que merece la pena destacar y considerar tres cuartos de siglo después.

Una, el que es muy difícil encontrar a alguien, que haya pertenecido a nuestro Frente de Juventudes, que a estas alturas, aunque apartado de cualquier contacto con nosotros, e incluso situado ideológicamente en situaciones o militancias distintas, no recuerde con agrado y con satisfacción los años juveniles en los que tomó parte de aquella aventura.

Y la otra, tal vez la más importante, dirigida a aquellos que puedan sentirse más desilusionado, pensando que no ha quedado nada, o muy poco, de todo aquello que soñamos y que intentamos, recordándoles, aunque parezca una paradoja, aquella frase que tantas veces era objeto de la consigna campamental del día: “nosotros renunciaremos, nosotros nos sacrificaremos y nuestro será el triunfo”. Que parece como digo una paradoja, y que habrá quien se pregunte, ¿pero, dónde está el triunfo?

Pues en lo mismo que decía antes. En el milagro de que haya habido y todavía siga habiendo españoles, que hayan cimentado su vida profesional, familiar o política, en el amor a Dios y a España, en la justicia social, en el respeto a la dignidad y libertad de los demás, en la honestidad, y en el honor. En la dedicación y formación de sus familias, de sus hijos y hasta posiblemente de sus nietos, trasmitiéndoles las mismas o parecidas virtudes que nosotros nos hemos empeñado en mantener a lo largo de nuestra vida.

Ese es nuestro triunfo y debe ser nuestro orgullo.