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10 noviembre 2015 • Más allá de todo lo dicho queda el interés evidente que existe en el público

Francisco Torres García

Franco superestar

francoMe hace gracia lo bien que hacen caja algunos a costa de don Francisco Franco. Ellos son los auténticos nostálgicos del franquismo; y que dure la nostalgia que no es malo para el bolsillo -se dicen-. Eso sí todos ellos, los Preston, Juliá, Casanova, Viñas y un no tan largo etcétera, llevan cuarenta años intentando convencer a los españoles, libro tras libro, de lo malo malísimo que era el sanguinario y cruel dictador Francisco Franco. Y, en algunos casos, están molestos porque en la guerra de papel pierden en ventas frente a lo que ellos ya llaman los «revisionistas», cuando ellos son los únicos revisionistas. O como califica Viñas a los que no tienen su bendición, a los historiadores o investigadores que le contradicen y le amargan la vida, cumpliendo con su autoproclamado papel de Gran Censor: «historietógrafos» -antes su amigo Reig los llegó a llamar «tontilocos»-. Lo que a no pocos nos invita a decir aquello de «dime de qué presumes…», preguntándonos si no son ellos los auténticos devotos de la historieta (historietas malas pues difícilmente llegan a la altura de Mortadelo y Filemón).

Franco es un negocio redondo, porque sigue apasionando a muchos leer sobre un periodo tan largo como trascendente de la historia reciente de España, y también tan enigmático. Y más negocio es cuando llega la fecha emblemática del 20 de Noviembre. Quien lo ponga en duda que se de una vueltecita por los estantes de las librerías o las portadas de periódicos y revistas en las próximas semanas. Vamos que Franco es para casi todos, por interés o por devoción, un superestar y los que más carrete le dan son precisamente los antifranquistas de oficio y de beneficio. Ellos han convertido a Franco en una auténtica estrella.

Francisco Franco falleció hace cuarenta años en un hospital de la Seguridad Social, no en una clínica privada. Seguridad Social fundada por él -aunque Pedro Sánchez probablemente también piense que la crearon los socialistas-. Así que llegada la fecha, agrandada por el guarismo conmemorativo, toca revival -perdón por el extranjerismo- editorial, periodístico y político -ya verán a Franco participar en la campaña electoral como insulto, claro está-. ¡Pero tranquilos están en Génova 13 porque hay consenso entre los historiadores a la hora de afirmar que no pertenecería al Partido Popular! Lo que no creo que le haya hecho mucha gracias a Viñas. Por no quedarse atrás en esta carrera, hasta el diario El Mundo nos lo ha resucitado -no tiene mérito, ya lo había hecho Vizcaíno Casas- y lo ha paseado con fotógrafos por las calles de Madrid sin que por cierto parezca que le hayan insultado.

Pío Moa, hace unos meses, ya daba unos cuantos soplamocos intelectuales, con su meritorio ensayo histórico sobre el franquismo, a los historiadores antifranquistas. Un más que recomendable texto que ha puesto de los nervios a los que no lo nombran en sus críticas o se refieren a él en tercera persona; hace unas semanas Luis Suárez Fernández publicaba una nueva obra clarificadora para desquiciamiento de los antifranquistas, pues el profesor Suárez es para ellos otra bestia negra. Frente a ello, como llegaba el 20N, tras el fracaso de un refrito anterior con poca fortuna de la mano de los revisionistas antifranquistas con título de profesores universitarios, Ángel Viñas nos obsequiaba con un libro que se aproxima mucho a la definición de panfleto tanto en el fondo como en la forma; donde, como perla de objetividad, nos indica que el asesinato de Calvo Sotelo no fue tal porque técnicamente se trataba de un homicidio. ¡Toma del frasco Carrasco!, que diría un castizo. Y después de eso casi mejor ahorrarse la lectura.

Faltaba a la cita el simpático Preston -él, yo y Franco tenemos en común que nos gustan las películas del Oeste-, quien al menos reconoce que es antifranquista -Viñas también aunque nos recuerde que para ser objetivo a la hora de hablar de Franco solo se puede ser, al menos, tan antifranquista como él-. Preston también olfatea el dinero -de tonto no tiene un pelo y sabe que cuenta con la publicidad gratis de quienes le consideran un tótem de la historia- y nos obsequia como conmemoración una nueva edición de su conocida biografía sobre Franco, con algunas aportaciones y novedades, según leo, para redondear su obra:

estatua de francoPrimero, la demostración, pese a lo publicado y documentado, de que Franco no contribuyó a la protección de los judíos perseguidos a través de los representantes diplomáticos españoles en la Europa del Reich -supongo que no ha leído el último artículo del hijo del entonces ministro general Jordana-, porque ya se sabe que media docena de diplomáticos en legaciones distintas actúan del mismo modo por inspiración divina y no siguiendo instrucciones (seguro que a Preston también se le olvida la ayuda al Mossad en 1972 para sacar a 2000 judíos de Marruecos donde estaban bastante achuchados).

Segundo, nos dice que también va a poner sobre la mesa el antisionismo de Franco (ojito, Preston, porque ser antisionista no es ser antijudío; pero a Preston como a Viñas les gusta no decir toda la verdad), para ello retorcerá y recortará los discursos del Generalísimo a su gusto, olvidando, eso sí, que en 1948 fue el Estado de Israel el que no pidió el reconocimiento a España y que se negó a iniciar las relaciones diplomáticas pedidas por el régimen de Franco, aunque en los 50 el régimen prefiriera la amistad con los países árabes y apoyará la causa Palestina (ergo don Francisco era un progre de tomo y lomo por situarse en ese punto).

Tercero, lo anterior, no le parece bastante a Preston como reclamo y, entre otras perlas, naturalmente, pese a la demostración empírica de lo contrario, realizada por el investigador Moisés Domínguez, se suma a su amigo Viñas para sostener que Balmes fue asesinado por Franco o sus amigos -dejemos claro que Viñas no demostró nada más que sus prejuicios-. Luego están las perogrulladas habituales de la izquierda sobre la guerra y las ayudas externas (¡Ah, el amigo Viñas prescindiendo de datos a la hora de valorar las ayudas en el campo de la artillería como le ha recordado el experto en la materia Lucas Molina!) o teorizar sobre las cosas que escribía su primo Pacón en su diario para demostrarnos con ello las «tontunas» de Franco (como he escrito en alguna ocasión si lo tomamos al pie de la letra lo tomamos para todo y no solo para lo que conviene, que es lo que suelen hacer casi todos).

Eso sí, como Viñas, este a regañadientes, Preston tiene que reconocer que la corrupción ha ido a peor desde 1975 y que en ello han brillado las gentes de izquierda que pensaron que ahora les tocaba a ellos (bueno, esta parte del discurso de Preston dudo que la asuma Viñas). Pero lo que más me gusta de sus afirmaciones es eso de que los corruptos de la Dictadura quisieron seguir con sus privilegios. Lástima que el periodista de El Mundo no le preguntara por los nombres de esos corruptos, sería interesante la lista porque los políticos propiamente franquistas desaparecieron en meses y los que yo presupongo me parece que incrementaron exponencialmente su fortuna después de la muerte de don Francisco; pero ya se sabe que Franco tiene la culpa de todo por malacostumbrar a los españoles. Dejo a un lado las chorraditas sobre la corrupción en el franquismo (¡qué se lo digan a papá Pujol!), porque Preston y demás no quieren reconocer que si Franco estuvo cuarenta años en el poder sin rebelión alguna no fue por una represión inmisericorde (repase el historiador las cifras de población penal desde finales de los cuarenta), sino por un apoyo popular que lejos de disminuir fue incrementándose. Muestra de ello son los varios millones de españoles que le despidieron en noviembre de 1975 en todas las ciudades y pueblos de España. Ahí están las hemerotecas. Son esos apartados de la crónica que me parece se le habrá olvidado referir a don Pedro J. Ramírez, quien también se ha sumado al revival con una nueva versión de El año que murió Franco (libro que por cierto también ya había escrito antes Vizcaíno Casas).

Lo demás, lo de siempre en Preston. Quiere titulares, ir un poco más allá que sus conmilitones -dicho solo con afán descriptivo y no despectivo-: Franco fue el segundo en el podio de los dictadores más crueles de Europa, después de Hitler y por delante de Mussolini. ¿Por qué a estos izquierdistas británicos, y a no pocos de por aquí, se les suele olvidar que puestos a realizar podios el cajón más alto debiera ocuparlo un tal Stalin y como ideología el comunismo?

¡Ah! ¡Claro!, porque entonces a quien tacharían de fascista sería al propio Preston y hasta ahí llegaría la fama y la venta.

¿Por qué el autor y el editor en vez de titular el renovado libro de Preston con una bonita foto y la leyenda de «Franco. Caudillo de España» no lo rotulan, para que quede claro, «Franco. El dictador cruel y sanguinario», y de subtítulo «la obra definitiva de un historiador antifranquista»?

¡Ah! ¡Claro!, porque entonces no iban a vender muchos ejemplares y, entre el antifranquismo y los euros, Preston y la editorial Debate prefieren los euros. Las cosas como son. Y más allá de todo lo dicho queda el interés evidente que existe en el público. Entre otras razones porque las versiones maniqueas que se facilitan sobre Francisco Franco no parece que acaben de convencer al personal. Lo que le da mucha rabia al señor Viñas.