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21 septiembre 2015 • Siempre ha sido el pueblo llano quien se ha llevado la peor parte

Gabriel García

Morir bajo tu cielo

Morir bajo tu cieloLas buenas críticas que había leído sobre Morir bajo tu cielo no erraban. Es una novela que te atrapa de principio a fin (aunque, a mi juicio, el capítulo final pierde mucha tensión y emoción en comparación con la historia precedente).

No es una novela patriotera, como podrían pensar los cretinos que gustan más de relatos sobre filantrópicos comunistas y malvados curas tiranuelos. Durante toda la narración se plasman las miserias de una España que, tristemente, se parece mucho a la nuestra; con una clase política que se reparte los cargos a su antojo y que, a pesar de las teóricas diferencias, tiene en común con sus homólogos del otro partido que ambos aspiran a mantener y a lucrarse a costa del pueblo español y de sus miserias; con un alto clero que, salvo excepciones, no tiene problemas en compadrear con los asiduos de las logias y que convive con un bajo clero preocupado por la instrucción y las condiciones materiales de sus semejantes; y con unos hijos del pueblo español arrebatados de su hogar y enviados a entregar su vida a la otra punta del mundo, con la patria utilizada como excusa con la que justificar los chanchullos y el arribismo de políticos, altos cargos militares y funcionarios.

Según avanzaba en la lectura, varias veces he recordado lo que escribió Antonio Machado con motivo de la resistencia frentepopulista en Madrid:

“En España lo mejor es el pueblo. Por eso la heroica y abnegada defensa de Madrid, que ha asombrado al mundo, a mí me conmueve, pero no me sorprende. Siempre ha sido lo mismo. En los trances duros, los señoritos –nuestros barinas– invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre y la salva. En España, no hay modo de ser persona bien nacida sin amar al pueblo. La demofilia es entre nosotros un deber elementalísimo de gratitud”.

Desde luego, dejando a un lado las discrepancias ideológicas y las intenciones con las que Antonio Machado escribió las líneas anteriores, estoy convencido de que ningún español bien nacido negará que en este país siempre ha sido el pueblo llano quien se ha llevado la peor parte a costa de las chapuzas y avaricias de las élites políticas y económicas. Desde la Guerra de Independencia en adelante, los siglos XIX y XX no han traído para España más que desgracias provocadas por el liberalismo y los intereses particulares de los Borbones y su séquito de aduladores. Y es que, por desgracia, lo que tan bien narra Juan Manuel de Prada sobre la pérdida de Filipinas bien podría contarse sobre la aventura colonial que el mismo régimen emprendió años después en Marruecos.

Muy a nuestro pesar, vivimos en un mundo como el que pronostica el “malo” de la novela, un degenerado traficante de armas holandés (y furibundamente antiespañol) llamado Rutger Van Houten. A sus coetáneos ateazos, anticlericales y filocalvinistas de la época les hubiera entusiasmado vivir estos tiempos donde la Leyenda Negra no sólo es la Historia de España oficial, sino que incluso el mismísimo Papa de Roma cuestiona su obra y legado al tiempo que facilita la asimilación de la Iglesia Católica con el mundo moderno cuyo amo y señor es el dinero. Por eso uno llega a empatizar tanto con el resto de personajes protagonistas, españoles y filipinos, porque ambos (a pesar de sus diferencias, con sus defectos y virtudes) representan lo poco que queda de la España que antaño había sido la evangelizadora del orbe y la guardiana de la libertad y la dignidad del ser humano.

Pero no está todo perdido. Heroicamente resistieron un puñado de hombres en la iglesia de un pueblo perdido de Filipinas, Baler. Heroicamente resistieron otros en el asedio del Alcázar de Toledo y en las gélidas estepas de Rusia. Y heroicamente, sin fusiles pero en un entorno abiertamente hostil, seguimos quedando algunos “fanáticos” que nos negamos a creer que España como Patria y el ser español sean cadáveres enterrados por la Historia; y, a juzgar por los libros vendidos y por la buena acogida que tienen los artículos de Juan Manuel de Prada, quiero creer que somos más de lo que a simple vista parece.