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17 julio 2015 • Es mi experiencia, otros tendrán otra, todas indiscutibles

Jesús Flores Thies

Francia y los franceses

Cahors, una de las localidades francesas por la que pasamos en nuestra ruta hacia Roncesvalles, atravesando el Macizo Central. Cuadro realizado por nuestro compañero del Camino, Ángel Crespo

Cahors, una de las localidades francesas por la que pasamos en nuestra ruta hacia Roncesvalles, atravesando el Macizo Central. Cuadro realizado por nuestro compañero del Camino, Ángel Crespo

Vamos a volver a nadar contra corriente y lo que vamos a escribir sobre Francia y los franceses a lo mejor escandaliza a algún compatriota. Y vamos a nadar contra la corriente que muestra una especie de innata y absurda antipatía hacia lo francés.

Ya hemos leído aquello tan humillante que dice que “es del francés condición, al igual que del cabrito, o morir de pequeñito, o llegara a ser…mayor”. Bueno, ellos dirán algo parecido de nosotros, o de los belgas, o de los alemanes… Y los otros por el estilo. Los vecinos, ya se sabe, entre celos y envidias ensucian un poco sus relaciones fronterizas.

Por supuesto que no me voy a meter en berenjenales o en pantanos de difícil salida, ni voy a repasar la Historia en común que tiene entre nosotros mucho de bueno y de malo, eso lo dejaremos para otra vez. No vamos a hablar ni siquiera de los Borbones, que tienen “mala prensa histórica”, a quienes se les echa la culpa de nuestra decadencia, cuando ésta es producto típicamente español, como el gazpacho, o la paella. Con los Borbones se construyeron nuestros tres mejores arsenales navales; se creó un ejército poderoso, que ya es mérito después de la terrible guerra de Sucesión; con los Borbones se colonizó California; y gracias a la ayuda francesa se recuperó, no sólo Menorca, sino que el gran marino francés Bouganville le tocó el honor de entregar las Malvinas a España, que ellos, los franceses, habían arrebatado temporalmente a los hijos de la Gran Bretaña.

Vamos a hablar de Francia, territorio vecino, de su idioma hoy postergado de forma absurda, y de los franceses que yo he tratado y con los que haya podido convivir. Es mi experiencia, otros tendrán otra, todas indiscutibles.

Francia es un hermoso país, ni siquiera sus detractores pueden negarlo. Conocemos muy bien Francia que hemos recorrido en auto-stop (verano de 1954) o en tres de nuestros Caminos de Santiago. Y hemos comprobado algo que es casi una vulgaridad decirlo: la población rural es más amable y servicial que la urbana (en cualquier parte del mundo). En los caminos de Santiago por Francia hemos encontrado, no ya apoyo incondicional, sino una sincera simpatía. Nunca nos olvidaremos del afecto con el que nos acogían los párrocos de las iglesias que nos invitaban a leer la Epístola, o a familias de campesinos que nos acogían en sus fincas. Pero es que también hemos conocido Francia viajando en el aburrido coche (aburrido en comparación con el caminante); hemos estado en París, y hemos visitado los castillos del Loira; y hasta hemos navegado por el río La Mayenne, afluente del Loira. Es decir que hemos acumulado insana envidia al ver la riqueza fluvial francesa comparada con el secarral español. En definitiva, Francia que está más cerca que Bali, Cancún o las playas cubanas del Varadero, y es mucho más entretenida, es el país que hay que visitar y recorrer con los ojos abiertos y sin legañas. Y además de sus ríos, admiramos de los franceses su patriotismo, hoy en España desvalorizado, el respeto a su Bandera, la solemnidad de sus desfiles del 14 de Julio…

Nosotros, mal estudiamos el francés, idioma que se exigía en aquel extraordinario bachillerato de los años 40. Pero nos servía para “romper el fuego”. Fue entonces cuando leímos “El Principito” y hasta aprendíamos de memoria alguna fábula de La Fontaine. El francés era el idioma diplomático y, por supuesto, el que se enseñaba a los chicos en las familias que disfrutaban de “mademoiselle”. Con los años tuvimos la suerte de poder recuperarlo de forma muy personal gracias a nuestros destinos africanos, un francés coloquial, con flecos pied-noir, lo que nos permitió la lectura de obras francesas. Recordamos la editorial “Flanmarión” donde compramos libros de Claude Martin o Bernanos, entre una media docena de obras histórico-políticas, que leíamos en francés sin ninguna dificultad. Y como guinda, leímos los primeros libros de Simmenon en francés. Y hasta las cuatro primeras novelas de Ian Fleming sobre “007” las leímos en una traducción francesa.

Hubo una época en el que la música francesa era muy popular en España, y sus mejores cantantes cantaban también en español. Recordamos entre ellos a Charles Aznavour con su impagable versión en español de “Venecia”; y hasta el rojillo de oro, Ives Montand, cantaba en español. Pero es que en el cine, las películas francesas tenían éxito en España, sin olvidar la estrecha relación en las coproducciones. Somos testigos del éxito de artistas como Carmen Sevilla, Sara Montiel y hasta Joselito entre los franceses (y no franceses) en Marruecos.

Es una pena que el francés idioma se haya desvalorizado tanto en beneficio de otro idioma que más que idioma es una asignatura: el inglés. Pero es que en nuestras ciudades en los letreros bi o polilingües para turistas o viajeros de paso, hemos visto en muchos casos sólo el inglés, o para completar, idiomas como el árabe, el chino o el ruso.

Nuestros contactos con los franceses viene de lejos, de muy lejos, de nuestros años de chaval de pocos años en el desierto, en La Agüera, en la zona que es hoy el norte de Mauritania, vivíamos en un fuerte que estaba a dos o tres kilómetros de distancia de la localidad francesa de Porte Etienne. Por los diarios de mis padres supe la excelente relación de aquellos establecimientos militares vecinos. Nosotros acudíamos a su 4 de julio, mientras que ellos venían a la fiesta del día de la República, el 14 de abril de Abril. Veinticinco años después, como oficiales españoles instructores en las FAR marroquíes, coincidimos profesionalmente con ellos en Marrakech y Agadir, y en esta ciudad, con el grupo que se ocupaba de los supervivientes del terrible terremoto, estuve a las órdenes de un capitán, de esos que siempre recordaremos como el mejor de nuestros tiempos de joven teniente. Se apellidaba Shwartz y era un alsaciano pied-noir de los pies a la cabeza.

Ya sabemos que los alemanes tienen la cabeza cuadrada, o que los ingleses son unos hijos de la Gran Bretaña, a los franceses les toca el ser gente antipática, y cada vez vamos sabiendo más de otros países más alejados, pero como no nos gusta dejarnos llevar por corriente alguna que no hayamos elegido, mostramos aquí esa parte que nos gusta de Francia y que hasta envidiamos. Tienen, como todos, su parte antipática, que hoy dejamos a un lado. Otros podrán contar otras experiencias, pues que las cuenten, nosotros ya hemos cumplido.