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22 junio 2015 • Al Comité local le preocupaba el culto clandestino

Moisés Domínguez Núñez

La “abuela” que salvo el patrimonio artístico-religioso en la ciudad de Badajoz

In memoriam de Don Miguel García Pérez
El hombre de la eterna sonrisa (mi suegro)

BADAJOZ: Cúpula de la iglesia de la Concepción (Arhur Menken, 1936)

BADAJOZ: Cúpula de la iglesia de la Concepción (Arhur Menken, 1936)

Cuando pensamos en Extremadura, protección del Patrimonio Artístico y la Guerra Civil en seguida se nos viene a la memoria la imagen de Timoteo Pérez Rubio. Este Olivero -presidente que fue de la Junta Central del Tesoro Artístico Nacional – fue el encargado de proteger durante la Guerra Civil los cuadros del Museo del Prado y gestionar su traslado a Suiza. No abundaremos en este ilustre pintor pues su figura ha sido sobradamente resaltada por la historiografía militante.

Hoy sin embargo nos pararemos en poner en valor a una gran mujer, aunque menuda físicamente, que antepuso su vida para salvar el patrimonio histórico-artístico religioso de Badajoz.

Evidentemente la historiografía de combate nunca sacará del ostracismo a esta pequeña-gran mujer: era de derechas y muy “beata”. Con este humilde trabajo intentaremos dejarla en el lugar que la historia le ha hurtado.

Durante la contienda fue norma la destrucción a manos de los milicianos de obras de arte sacro de incalculable valor artístico, por no extendernos y como ejemplo el “San Juanico” de Miguel Ángel quemado y desmembrado en fragmentos por un ataque de grupos anarquistas al principio de la guerra Civil en Úbeda o las imágenes de Salcillo quemadas en Cartagena. Ya lo dijo Azaña «Todos los conventos e iglesias de Madrid no valen la vida de un republicano». Esa fue la tónica, olvidando que ese patrimonio es, fue y será de todos los españoles por encima de ideologías trasnochadas. El arte no conoce o no debería conocer de banderías.

Centrándonos en la “Abuela de Badajoz” hemos rescatado del olvido un artículo publicado en la página cuatro de la gacetilla italiana La Stampa de Turín el 19 de Julio de 1943. En este periódico se recoge parte de la peripecia vital de la “nonna” Rosalía Marín Hernández durante la Guerra Civil en la ciudad de Badajoz.

Esta abuelita era natural de Valle de Santa Ana y murió en Badajoz capital, el 16 de Junio de 1943, a la estimable edad de ciento uno años. Actualmente sus restos descansan en el Cementerio de San Juan de esta ciudad de frontera.
En ese reportaje del periódico La Stampa se revelaran anécdotas y detalles de cómo salvo de la destrucción el patrimonio artístico de la parroquia de la Concepción. Ella vivía muy cerca de esa iglesia, concretamente, en la Calle Bravo Murillo, nº 79.

Aunque esta paisana salvó algunos ornamentos y objetos no pudo evitar que en este templo fuera destrozados los altares del Corazón de Jesús y de la Virgen de Los Dolores, y sustraídos cuatro cálices y dos copones que se recuperaron después de tomada la ciudad en el Gobierno Civil. Así mismo fueron objeto del vandalismo y el pillaje varios relicarios antiguos, de santos y beatos de la Compañía de Jesús. (Cfr. COVARSÍ, Adelardo «Extremadura Artística. Destrucción del tesoro artístico monumental en la provincia de Badajoz. La huella marxista (I)» Revista del Centro de Estudios Extremeños 12-1(1938)45-57).

Sirva este trabajo de homenaje a esta Señora y por extensión, reconozcamos, a aquellos españoles, fueran rojos o azules, que antepusieron su vida para salvar nuestro patrimonio histórico de los salvajes y amorales amantes de la destrucción.

Sin más preámbulos, presento este reportaje, que ha sido traducido por el que suscribe por lo que soy el único responsable en el caso de que aparezca alguna errata.

Servicio especial de La Stampa por la tarde

Madrid, Sábado tarde.

La Abuela de Badajoz y su aventura con los rojos. Muerte a los 101 años.

Un incidente trivial trunca, con ciento y uno años cumplidos, la larga vida de Rosalía Hernández, conocida bajo el apodo de la “abuela de Badajoz”, siendo la persona más anciana que vivía en aquella ciudad.

Un incidente sin mayor importancia: La “Abuela Rosalía “salió ayer de su casa como siempre lo había hecho, pese a su avanzada edad no le impedía ir a la iglesia, hacer recados o simplemente disfrutar de un paseo.

Por lo tanto, salió y estuvo conversando con las mujeres del barrio, que nos confirman que la abuela Rosalía se mostró como siempre alegre y con un excelente estado de salud.

El accidente se produjo al volver a casa, al ocaso del sol, y no vio que en el suelo del dormitorio, todo bañado con el crepúsculo, había una cáscara de fruta con la que resbaló y se cayó. Por pura mala suerte se golpeó con el borde de la mesa: “Se fractura la nuca, conmoción cerebral”. Cuando, poco después, llegó a su casa un nieto de Hernández, un hombre de unos cuarenta años, encontró a la abuela caída en suelo sin vida .Un ligero filo de sangre que caía del oído delataba al médico la causa de la muerte.

En la pequeña ciudad de Badajoz la noticia corre como la pólvora y suscita una gran conmoción dado que la Abuela Rosalía era muy conocida.

Era estimable su popularidad pues con motivo de cumplir los 101 años había concedido varias entrevistas recientemente a los periodistas españoles.

Y fue entonces cuando salieron a luz las aventuras que vivió con noventa años durante la Guerra Civil. Como se pueden imaginar, Hernández no participó en la locura sanguinaria marxista que dominó durante un tiempo su país.

No sólo eso, desde que la iglesia se clausuró, había organizado las imágenes sagradas en su casa haciendo una especie de altar, en un rincón de la habitación. Día y noche tenía encendida una lámpara de aceite similar a las que arden delante del tabernáculo en las iglesias.

La noticia llegó a oídos del Comité Rojo local y provocó la ira de los cabecillas que querían ver qué se hacía en aquella “iglesia clandestina” Llegaron por la noche y encontraron a la abuela Rosalía, que en realidad iba a dormir en la esquina de la habitación donde la lámpara ardía, iluminando la escena de forma sugestiva.

Uno de los jóvenes se abalanzó hacia las imágenes con la intención de destrozarlas. En el camino se interpuso la viejecita que se opuso tenazmente para defenderlas. ¡Quítate de en medio! La orden era clara pero la mujer estaba tranquila. ¡Me puedes matar, pero yo no me muevo de aquí! Los villanos, que sin duda no esperaba esta seria resistencia, se quedaron atónitos y dejaron las armas…

¡Ay de ti si no acabas con todo esto! ¡Mañana veremos si obedeces!

Al día siguiente, sin embargo, o por falta de tiempo u otra razón nadie se presentó en la casa de la abuela Rosalía, que de hecho, siguió reuniéndose en su casa con aquellos que querían orar. El altar permaneció allí tiempo después. Ahora los iconos sagrados cumplen el último sueño de la intrépida viejecita.