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18 mayo 2015 • Terror y persecución religiosa en la región "autónoma"

Eduardo Palomar Baró

La represión en la retaguardia de Cataluña durante la Guerra Civil Española

El levantamiento militar no triunfó en toda España. En Cataluña, concretamente, el 19 de julio de 1936 las fuerzas leales a la República y las organizaciones obreras hacen fracasar la rebelión. Vencidos los militares alzados, los cuadros más combativos de la FAI quedaron armados. Pero la auto-distribución de armas por parte de los sectores populares más radicales y la pérdida de la disciplina por parte de las fuerzas de orden público debilitarán el gobierno de la Generalidad republicana y provocaron la fragmentación del poder. El gobierno autónomo, del cual dependía el orden público, se desintegró casi de forma completa.

La violencia revolucionaria

El Gobierno de la Generalidad (Companys en el centro) después de su rebelión del 6 de octubre de 1934

El Gobierno de la Generalidad (Companys en el centro) después de su rebelión del 6 de octubre de 1934

Lo que primero fue una respuesta espontánea contra los rebeldes, de seguido se transformó en una revolución. Las organizaciones de izquierda pronto fueron desbordadas por la violencia sectaria, por el oportunismo, por las venganzas personales y por los aprovechados, como por ejemplo gente del lumpen y los delincuentes comunes. El resultado fue la muerte de muchas personas, víctimas de los “consejos de cuneta”, ejecutadas por motivos ideológicos, políticos, religiosos, pasionales, vengativos, de apropiación de bienes o de enfrentamientos internos. La llamada legalidad republicana había acabado.

Derrotar los militares sublevados en Barcelona, y a grupos de civiles armados que los apoyaron en varias comarcas de Lleida y Tarragona, costó centenares de muertes. Para sus ejecutores, el ensañamiento con los derrotados estaba justificado por todo aquello que estos habían hecho durante décadas: heridas abiertas por los conflictos de clase y por las luchas sociales.

El 20 de julio empieza a funcionar el Comité Central de Milicias Antifascistas como gobierno revolucionario. Crea por decreto equipos especiales para el mantenimiento del orden revolucionario, grupos de investigación y patrullas de control, dirigidas por anarquistas veteranos. Durante todo el verano del 36, comités, milicianos y grupos de investigación y vigilancia se dedicaron a la caza de dirigentes y pistoleros del Sindicato Libre, mandos de la guardia civil, policía y somatenes, a pasear y ejecutar a ‘fascistas’ probados o que habían conspirado contra la República. Tal y como anunciaba “Solidaridad Obrera”, órgano de la CNT, el uno de agosto de 1936, “a los fascistas probados se los tenía que matar”.

Además de los militares y civiles rebeldes encarcelados o muertos en los primeros momentos del levantamiento, los religiosos fueran de las primeras víctimas debido a la tradición anticlerical que existía entre los sectores populares. La persecución religiosa se concretó además en la quema de edificios y de objetos de culto. Uno de los detenidos fue el obispo Manuel Irurita Almandoz, asesinado más tarde. En las comarcas de La Segarra y El Maresme tuvieran lugar los actos de violencia más grandes, puesto que había muchas congregaciones u órdenes religiosas. El diario “Solidaridad Obrera” –órgano de la CNT–, del 26 de julio, manifestaba: “Ya no queda ninguna iglesia ni convento en pie, pero aún hay muchos curas y frailes con vida”.

Los pueblos de Cataluña donde más se va a llevar a término la represión son también los que tuvieron enfrentamientos armados en julio, como es el caso de Solivella y Vilalba dels Arcs, o bien aquellos donde la mayoría de los vecinos se adhirieron a los rebeldes, como la Espluga Calva.

En julio de 1936, en Solivella, en la Conca de Barberà, seis jóvenes derechistas, básicamente requetés, que habían ido a unirse a la revuelta militar, son detenidos. Los elementos más comprometidos del pueblo se concentran la mañana del día 23 en varias casas. Un vecino es muerto por un disparo proyectado desde una de estas casas. Las autoridades republicanas del pueblo leen un bando proclamando por las calles el estado de guerra, hecho que es acogido con una descarga que mata una persona. Los milicianos inician el asalto de la casa de donde habían salido los disparos y hacen prisioneros a algunos de los ocupantes, que son concentrados en el hostal. Ante la puerta fueron fusilados. En total 21 de los vecinos encontraron la muerte. Los objetos de culto de la iglesia son quemados. En agosto, murieron fusilados 10 vecinos más y en febrero de 1937, a raíz de la represión ejercida por las tropas nacionales en Málaga, la derecha de Solivella celebra la ocupación de esta ciudad andaluza en el café de la Plaza Mayor. Esto les costó la muerte a 5 derechistas fusilados en una zanja cerca de Sarral. Otros vecinos conservadores pudieron salvar la vida.

En el campo, por lo general, para destruir los símbolos de jerarquía social, mataron a centenares de personas, enemigos políticos y de clase, de militares y eclesiásticos, de propietarios y trabajadores conservadores o con ideas moderadas o católicos, técnicos y cabezas de personal… Y para llegar a la colectivización de tierras y fábricas confiscaron los bienes de estos propietarios y patrones huidos, asesinados o en prisión. Se había desencadenado una guerra social.

En Barcelona, muchas personas son detenidas por las patrullas de control o por las policías paralelas y encerradas en prisiones, centros de interrogatorios, detención o aislamiento, cuarteles, las terribles checas y barcos-prisión. Los organismos de orden público eran dirigidos por individuos que, pese a tener responsabilidad de gobierno, actuaban al margen de la legalidad y bajo su criterio decidían sobre la vida y la muerte de los detenidos.

A partir del mes de septiembre, muchos de los detenidos son ejecutados en los cementerios de Montcada, de Sardañola y de las Corts. Entre septiembre de 1936 y abril de 1937, fueran asesinadas casi 1.500 personas, que ni siquiera pasaron por los tribunales populares. La responsabilidad de todas estas ejecuciones recae, no solamente en los “incontrolados”, sino también sobre los individuos con mando, miembros de organizaciones políticas y sindicales y que participaban también en el gobierno del Frente Popular, y que actuaron como instigadores y ejecutores. Desde los organismos de orden público revolucionario, estos mandos no cumplían las órdenes dadas sobre la aplicación de la justicia por este mismo gobierno.

Stalin decide intervenir en España y centra sus primeros esfuerzos en Cataluña. En septiembre de 1936, el Comisariado General de Orden Público de la Generalidad, en el cual ya se habían infiltrado los comunistas, creó por decreto dentro de sus servicios secretos catalanes un grupo de información. De hecho, era una delegación camuflada de las fuerzas de seguridad del estado soviético, que fue estableciendo poco a poco auténticos planes de represión contra otras fuerzas políticas de la República.

La columna anarquista “Los Aguiluchos”, la última que fue al frente de Aragón, mandada por Joan García Oliver, a su paso por Lérida el mes de agosto, incendiaron la Seo nueva y exigieron limpiar de derechistas la prisión. Les fueran entregadas una veintena de personas que acabaron siendo aniquiladas.

Asesinatos, cementerios clandestinos, comités al servicio del régimen del Terror… La mayoría de la población veía con malos ojos estas arbitrariedades en aras de la revolución y se distanciaron. Todos aquellos ideales que encarnaba el sector antifascista habían sido traicionados por muchos que se decían más revolucionarios y antifascistas que nadie.

Por el contrario, algunos militantes de partidos y organizaciones obreras, con cargos en comités y ayuntamientos o sin cargos, o desde la misma Generalidad, se dedicaron a salvar varias personas en peligro de muerte, facilitándoles la fuga. Unos lo pagaron con su propia vida. Eran los denominados “bomberos”, los cuales creían que la revolución no consistía en robar y asesinar, sino que estos actos la desprestigiaban.

El terror policíaco: los campos de trabajo y las checas

Desaparecido monumento en homenaje a las víctimas del terror rojo. Foso de Santa Elena (Castillo de Montjuic, Barcelona)

Desaparecido monumento en homenaje a las víctimas del terror rojo. Foso de Santa Elena (Castillo de Montjuic, Barcelona)

En octubre de 1936 fueron creados los tribunales populares que sustituían a los jurados populares. El objetivo fue el intento de poner freno a todo este estado de violencia y conseguir que los detenidos tuvieran la oportunidad de defenderse. Y en diciembre, Joan García Oliver, miembro destacado de la FAI, desde su cargo de ministro de Justicia, creó los campos de trabajo, que se caracterizaron por la violencia, la brutalidad, los malos tratos y las ejecuciones arbitrarias. Estos se ubicaron en Hospitalet del Infante (Tarragona), Aravell (Lérida), Concabella (Lérida), Clariana (Lérida) y en Els Omells de Na Gaia (Lérida).

En esta última población, del Urgell, se enviaron los presos políticos que estaban detenidos principalmente en centros de reclusión de Barcelona, como la Modelo. Aquí eran organizados en brigadas de 100 a 125 hombres, y estos divididos en grupos de 15, los cuales era distribuidos por los diferentes lugares del término municipal, dónde se dedicaban a fortificar y arreglar caminos y carreteras.

Eran alojados en la iglesia, un antiguo molino de aceite, establos, una o dos casas deshabitadas, y unos patios. Hambre, sed, enfermedades, calor, frío y maltratos es el salario que recibían. El comandante del campo de trabajo número 3 de los Omells fue Astorga Vayo, miembro del SIM y de la NKVD, un individuo cruel quien, ayudado por los guardias del campo, sometieron a los prisioneros a grandes sufrimientos, llegando a asesinar arbitrariamente a muchos de ellos. Si alguien huía –sin éxito–, hacía coger los seis anteriores y los seis posteriores de la lista de reclusos y los hacía fusilar.

El pueblo está situado sobre un cerro de 560 m. Un lugar estratégico privilegiado. Los presos estaban forzados a abrir trincheras y construir defensas para vallar el paso al avance que a partir de la ocupación de Lleida, se preveía de las tropas nacionales. Al comandante Astorga lo ejecutaran los mismos republicanos, pocos años después en Argelès-sur-Mer, en el campo de internamiento francés en la playa, en el departamento de Pirineos Orientales, durante la huida tras la derrota del frente popular, conocedores de su sádico expediente. Por el campo pasaron unas 400 personas.

A las contradicciones entre los propios antifascistas, hace falta añadir las víctimas y represalias de los conflictos internos ocasionados por los hechos de Mayo de 1937 cuando fuerzas obreristas de signo diferente se enfrentan a muerte por el control de la situación. Una guerra civil dentro de la guerra civil. Durante los hechos, y al amparo de la confusión, los pistoleros comunistas aprovecharon cualquiera ocasión para asesinar a los opositores de la política estalinista. En verano, era torturado y eliminado el dirigente del POUM, Andreu Nin. Empezó la persecución sistemática de todos los opositores. Los comunistas organizaran prisiones ilegales y paralelas, las checas, montadas por el SIM –el Servicio de Investigación Militar–, creado en agosto, y que reagrupaba todos los servicios de vigilancia política y de contraespionaje, y que sería controlado por los soviéticos.

Las checas eran centros donde se practica una represión física y moral indudable, donde el preso queda absolutamente indefenso y donde la efectividad en averiguar todo lo que puede ser beneficioso a la causa popular se impone a cualquiera consideración de respeto al detenido. Se impone un régimen de crueldad refinada y perversa. Los agentes socialistas y estalinistas del SIM optaron por una represión implacable.

Las checas contaban con diferentes celdas pensadas para la tortura no sólo física sino también mental. A ello hacía falta añadirle la falta de higiene y de comida.

Las «celdas-armario» consistían en tres estructuras de madera de unos 50 cm. de anchura por 40 de profundidad; el techo era una madera móvil regulable que obligaba al recluso a permanecer encogido y con la cabeza inclinada. Al fondo hay un saliente inclinado de 13 cm. –a 65 cm. de tierra– para que pueda apoyarse pero no sentarse.

Las «celdas-confesionario» consistían en una serie de pequeños departamentos sin techo ni puertas y con una cortina a la entrada. Con un potente reflector se enfocaba al preso y se le interrogaba.

En la denominada «nevera», el detenido era sometido periódicamente a duchas de agua helada.

Otro tipo de celda era la de «castigo», aquella donde las paredes y el mobiliario todo estaba inclinado. El detenido era sometido a un juego de luces que, al final, lo trastocaban psíquicamente.

El «huevo» se trataba de una celda de un metro 20 de altura y ovalada, con el suelo lleno también de ladrillos verticales, colocados en forma de «T», que impedían no sólo acostarse sino también sentarse o pasear, y obligaba al preso a estar de pie o apoyado contra la pared o a desplazarse dando pequeños saltos o con los pies torcidos. No había cama, sólo un asiento de un metro de altura en la pared también inutilizable porque estaba inclinado y liso, y sólo se podía mantener a base de flexión de brazos. Con una cama inclinada de tal forma que la persona caía a tierra, un suelo hecho expresamente con un cemento agrietado y lleno de aristas. También había unas celdas con techos que producían eco. Se instalaba un metrónomo que funcionaba constantemente ocasionando trastornos mentales. Como los que hacía otro tipo de celda donde se aplicaba el suplicio de la luz: se les sentaba y ataba, y se les hacía que abrieran los ojos con unos cercos que impedían que los cerraran. Les encendían frente a ellos una luz fuerte y los dejaban allí durante mucho tiempo.

Otra tortura mental eran las paredes pintadas con círculos de tamaño diferente, de varios colores, colocados en distintas partes por toda la pared. Además había un jaque, una espiral y cubos blancos y negros, proyectados en una serie de una docena de rayas amarillas a lo largo de la pared, partidas por diagonales.

La «silla eléctrica» era un artefacto metálico del asiento de un turismo, conectado a unos hilos que conducían por vía subterránea el fluido eléctrico. Las personas eran sometidas a quemaduras lentas. Una variante era el «casco eléctrico», donde dos electrodos instalados en un secador de cabello de señora producían convulsiones. Además, unos focos potentes iluminaban a la víctima.

Una tortura física habitual consistía en colgar al detenido por los pies en una argolla de manera que la cabeza se sumergía dentro de un recipiente de agua. Las víctimas tenían que mantenerse en una gran flexión para evitar ahogarse. Las porras de perdigones y los látigos hacían el resto. La checa central de Barcelona estaba en el Portal de l’Àngel, 24, y su sucursal en el Hotel Colón de la Plaza de Catalunya. Otras checas y prisiones en Barcelona eran las de las calles Vallmajor –conocida como el Preventorio D donde participaron militantes de la FAI y del SIM–; San Elías; Zaragoza; La Tamarita. También las habilitadas en el Seminario de la calle Diputación, en el Banco de España –centro de detención implacable donde se practicó la cirugía social más dura en la primera época de la guerra–, y en algunos barcos, convertidos en centros de detención por el SIM.

A partir de finales de 1937, con el curso de la guerra desfavorable a la República, se agudizó la lucha entre el SIM y el creciente quintacolumnismo. El SIM llevó a término esta lucha empleando incluso métodos ilegales, como por ejemplo el asesinato de 20 quintacolumnistas en las costas de Garraf en abril del 38. Centenares de personas fueron detenidas y muchas de ellas enjuiciadas por el Tribunal de Espionaje y Alta Traición de Catalunya. Las sentencias de penas de muerte revisadas y confirmadas por el Tribunal eran notificadas al gobierno de la República y se cumplían cuando este daba el «enterado». Las ejecuciones eran cumplidas en Montjuic y pasan de 1.200 los casos despachados.

El resultado en Catalunya, de diciembre de 1937 a diciembre de 1938, es de 173 fusilados en Montjuic.

Durante el 1937 y 1938 hubo en muchos lugares núcleos importantes de emboscados, que en algunos casos llegaron a atentar contra las autoridades locales. Paralelamente, había los fugitivos: toda aquella gente que utilizaba redes especializadas para pasar a la zona franquista. Muchas de estas redes no tenían nada que ver con la quinta columnista organizada, sino que se montaban por razones de lucro.

Un balance

En el medio rural la represión va dirigida contra todas aquellas personas ligadas con los carlistas o la Lliga, o que gracias a su poder económico ocupaban o controlaban el poder local. La represión es aplicada por razón de los cargos políticos que esta gente ocupaba. Era la «derecha» local. Pero si bien a los grandes propietarios, industriales o terratenientes les era más fácil esconderse o huir, no pasaba lo mismo con los pequeños propietarios. Hay que añadir los encargados que, de hecho, eran los más próximos en cuanto a trato con los trabajadores rurales o fabriles y que a veces también eran víctimas del odio y del rencor.

Mientras que en algunos pueblos la represión tiene lugar en los enfrentamientos en los inicios de la guerra –como Vilalba dels Arcs–, en otros fue a consecuencia del paso y de la presencia de milicias forasteras y del enfrentamiento entre los partidarios y los enemigos de las colectivizaciones, como en la Fatarella.

La represión en Catalunya muestra un alud de violencia que estalla durante los tres primeros meses de la guerra con casi 5 mil ejecutados hasta el 30 de septiembre y más de 6 mil hasta el 30 de diciembre, y que poco a poco va decreciendo hasta desaparecer tras los hechos de Mayo, exceptuando febrero y mayo del 37 cuando la represión sube. Durante el año 1938 baja la represión y vuelve a rebrotar al final de la guerra, con casi 400 personas muertas, de forma colectiva o en ejecuciones aisladas.

Geográficamente, las comarcas donde se concentró la represión en los primeros 30 o 45 días de la guerra fueron el Alt Penedès y el Baix Camp. En otras comarcas, el momento culminante de la represión se produjo en los meses de octubre y noviembre, por represalias de guerra, como es el caso del bajo Empordà, o bien como consecuencia de alguna matanza colectiva de religiosos, como es el caso de la Segarra. En alguna otra comarca el momento más fuerte de violencia son los últimos días de la guerra, como en el Berguedà. En el caso del Barcelonès y las comarcas que lo rodean, la represión fue menor en las zonas industriales que en las rurales, aun cuando en el Barcelonès fueron ejecutados casi el 30% del total de las víctimas de Catalunya. Es en las comarcas del interior del país, sobre todo las vinícolas, donde se dieron los índices más altos de represión de toda Catalunya, en concreto en el Priorat y en la Terra Alta, zonas económicamente atrasadas, donde el conflicto social era muy importante, y con una larga tradición de lucha.

Las últimas represalias

Estampa de los años 40 distribuida por la Postulación de la Causa del hoy Beato Polanco

Estampa de los años 40 distribuida por la Postulación de la Causa del hoy Beato Polanco

Cuando la retirada del ejército republicano, se produjo la muerte de casi 150 personas a manos de soldados de unidades que luchaban a la desesperada, y que no dudaban en ejecutar a cualquiera sospechoso de simpatizar con los franquistas. Entre las víctimas hay gente de derechas y de izquierdas, hombres y mujeres, sobretodo del mundo rural. Pero los motivos eran diversos: desde labradores que eran asesinados por negarse a dar a los soldados o milicianos comida o ropa, y que no querían hacerlo para no quedarse sin nada; o por negarse a seguir las tropas de retirada sin motivo alguno. O al ser descubiertos en los escondrijos donde estaban emboscados, en masías, bosques o en la montaña, para evitar ser incorporados a filas o enviados a fortificar.

En la última semana de enero de 1939 –en plena retirada–, en el santuario del Collell, fueron concentrados más de 1.000 detenidos; 50 de ellos fueron separados del resto por su significación política o quintacolumnista durante la guerra. Conducidos hasta un bosque y en una pequeña explanada se los ordenó parar. Inmediatamente, el fuego de ametralladoras barrió el grupo, del cual solamente dos consiguieron escabullirse con vida.

Uno de ellos fue Rafael Sánchez Mazas, amigo personal de José Antonio Primo de Rivera y destacado ideólogo de la Falange fundacional. Tenía el carné número 4. Famoso poeta y gran escritor, siendo su obra más destacada “La vida nueva de Pedrito de Andía (1951). El otro superviviente, también escritor, fue Pascual Aguilar que dejó el testimonio de aquel terrible episodio en su libro “Yo fui asesinado por los rojos”.

Bibliografía

  • Solé-Sabaté y Villarroya. “La represió a la reraguarda de Catalunya (1936-1939)”. 2 vols. Barcelona: Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 1989.
  • Varios autores: “Víctimas de la guerra civil”. Madrid: Temas de Hoy, 1999.
  • Id., “Violencia política en la España del S.XX”. Madrid: Taurus, 2000.
  • Alcalá, César. “Checas de Barcelona”. Barcelona: Belacqva, 2005.
  • Pagès, Pelai . “Els catalans i la guerra civil”. Volumen 6 de la “Història de Catalunya”. Barcelona: Salvat, 1984.
  • Pastor Petit, Domènec. “La quinta columna en Catalunya: 1936-39”. Barcelona: Galba, 1978.
  • Vidal, César. “Recuerdo mil novecientos treinta y seis… Una historia oral de la guerra civil española. Barcelona: Anaya-M. Muchnik, 1996.

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