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2 marzo 2015 • En los Evangelios y Hechos de los Apóstoles, tres militares son dignos de elogio y emulación

José María Manrique García

Los Militares en el Nuevo Testamento

Bernini: San Longinos. Basílica de San Pedro. Roma

Bernini: San Longinos. Basílica de San Pedro. Roma

Hay tres episodios singulares de los Evangelios y Hechos de los Apóstoles que tienen por protagonistas a sendos Centuriones, es decir, “capitanes” de 100 legionarios, militares por excelencia, y, por supuesto, del ejército de ocupación de Roma en Palestina. En los tres casos estos personajes son dignos de elogio y emulación “a pesar de su profesión”, entonces ligada también a la del orden público (…unos soldados que también estaban por allí, preguntaron: ¿Y nosotros?, Juan les dijo: “No intimidéis a nadie, no denunciéis falsamente y contentaros con vuestra paga”; Lc 3,15) y su condición de extranjeros y cuasi enemigos.

El primero es el de Cafarnaún:

(Lucas 7, 1-10) … En aquel tiempo, cuando hubo acabado de dirigir todas estas palabras al pueblo, entró en Cafarnaúm. Se encontraba mal y a punto de morir un siervo de un centurión, muy querido de éste. Habiendo oído hablar de Jesús, envió donde él unos ancianos de los judíos, para rogarle que viniera y salvara a su siervo. Estos, llegando donde Jesús, le suplicaban insistentemente diciendo: Merece que se lo concedas, porque ama a nuestro pueblo, y él mismo nos ha edificado la sinagoga.

(Mateo 8, 5-11) …al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole: “Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho”. Jesús le contestó: “Voy yo a curarlo”. Pero el centurión le replicó: “Señor, no soy quien para que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mí criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: ‘Ve’, y va; al otro: ‘Ven’ y viene; a mi criado: ‘Haz esto’, y lo hace”. Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: “Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos”.

El segundo es el de la Pasión, el que dijo (Mt 27,54; Mc 15,39; Lc 23,47): “¡Verdaderamente, Éste era Hijo de Dios!”, y “Ciertamente este hombre era justo”.

El tercero es Cornelio, jefe de la cohorte asentada en Cesarea y denominada ‘italiana’, al que Pedro distinguió haciéndole el primer gentil incircunciso converso y quien previamente había recibido la visita de un Ángel (Hc 10,1-11,18).

Tanto del primero como de Cornelio los Evangelios reseñan que eran piadosos y hacían buenas obras.

Pues bien, centrémonos en el segundo, que tiene gran relación con España. Se llamaba Abenádar (Tesifonte al ser bautizado), al menos según las revelaciones privadas de la Beata Catalina Enmerich:

Acabada la crucifixión de los ladrones, los verdugos se retiraron, y los cien soldados romanos fueron relevados por otros cincuenta, bajo el mando de Abenádar, árabe de nacimiento, bautizado después con el nombre de Ctesifón; el segundo jefe se llamaba Casio, y recibió después el nombre de Longinos>> (extracto del libro La Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo; Época Décima, XXXII, Primera palabra de Jesús en la Cruz); La amarga Pasión de Cristo, de la Beata Catalina Enmerich, Editorial Voz de Papel, Madrid, 2010, páginas 160, 218, 230, 305 y 309. Traducción directa de José María Sánchez de Toca de Das bittere Leiden Unsers Herrn Jesu Christi (1833) (o La Amarga Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, primera edición alemana por Clemente Brentano, compilador de las visiones de la beata en 1823), con prólogo de Monseñor Cañizares cuando era Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.

Abenádar en ocasiones aparece escrito como Abén Athar.

Pero este Ctesifón es, sin duda, nuestro Ctesiphon of Vergium (Tesifón, San Tesifonte), mártir patrón de Béjar (Bergi, Vergis o Vergium; Almería), de la cual fue su primer obispo. San Tesifonte fue uno de los Siete Varones Apostólicos, clérigos cristianos discípulos y compañeros del apóstol Santiago el Mayor ordenados en Roma obispos por los apóstoles San Pablo y San Pedro y que marcharon luego otra vez a Hispania a evangelizar. Sus nombres fueron, además de nuestro antiguo centurión árabo-romano, Cecilio (patrón de Granada), Torcuato, Indalecio, Segundo, Eufrasio, y Hesiquio o Isicio. San Tesifón es venerado también en la Iglesia Ortodoxa.

Aun sabiendo el valor relativo que hay que dar a una revelación privada, y también que no es obligado rechazarla, debe tenerse en cuenta, al menos, como “tradiciones” a conservar; en el lugar correspondiente, por supuesto.

Las reliquias de S. Juan de la Cruz (centro) entre las de S. Cecilio y S. Tesifón, en Sacromonte. Arriba las hornacinas que contienen estas últimas, al lado del Cristo del retablo

Las reliquias de S. Juan de la Cruz (centro) entre las de S. Cecilio y S. Tesifón, en Sacromonte. Arriba las hornacinas que contienen estas últimas, al lado del Cristo del retablo

No entramos en los libros conocidos “Los Plomos de Granada” hallados en el Sacromonte, obra supuestamente de San Tesifón y su hermano San Cecilio, ni en el dictamen de Roma sobre ellos en su momento (drástica condena ya levantada); tampoco en que nunca se han datado científicamente ni ellos ni los objetos y reliquias hallados previamente en el derribo de la Torre Vieja o Turpiana para construir la Catedral granadina. Pero sí hay que recordar que las reliquias de San Tesifón, San Cecilio y San Hiscio (Isicio), fueron declaradas verdaderas y dignas de culto por el Obispo D. Pedro Vaca de Castro y Quiñones, hijo de un Virrey de Perú, quien había sido funcionario de la Corona y presidente sucesivamente las Reales Chancillerías de Granada y Valladolid (los Tribunales Supremos de la época), es decir, un hombre muy versado en procedimientos legales y con profundo respeto a los mismos, además de muy prudente. Las sesiones del sínodo se celebraron del 16 al 28 de abril de 1600 (cinco años después de los hallazgos de Sacromonte). El sínodo, en el que expresaron su unánime voto aprobatorio 49 teólogos (incluidos S. Juan de la Cruz y la Beata María de Jesús) y canonistas, con la fórmula: declaramos (que) las dichas Reliquias deben ser recibidas, honradas y veneradas, y adoradas con culto divino, como reliquias verdaderas. Estas reliquias se veneran en la abadía del Sacromonte, en las arquetas situadas junto al Cristo del retablo.