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31 enero 2015

Rafael Gambra

Cristianismo contra democracia

Ecce-homo

Si en materia política, hay algo claro en la Sagrada Escritura y en la doctrina del Magisterio eclesiástico es la verdad de que el cristianismo es contrario a la democracia. Nada en la historia del pueblo de Dios ni en la Historia de la Iglesia induce a creer que en la vida pública haya de hacerse la voluntad del pueblo —lo democrático—; y, por el contrario, todo induce a creer que en la vida pública ha de hacerse la voluntad de Dios. Es claro que si, en la mente de Dios, el mejor régimen fuera la democracia. Dios hubiera propuesto a Moisés y Jesucristo hubiera propuesto a su Iglesia el régimen democrático. Y por lo que toca al régimen de las órdenes religiosas, en el que algunos quisieran ver el inicio de la democracia moderna, como se ve por “Le principe de la majorité” de C. Leclerq, inicialmente, en las órdenes religiosas y en los monasterios decidía la “sanior pars” —la parte más sana o selecta—, no la “maior pars” —la mayoría—. Sólo se llegó en la organización religiosa a la democracia “frailuna”, como diría Menéndez Pelayo, cuando “la parte más sana” coincidía con “la mayoría”: la mayoría en una comunidad religiosa es buena; lo malo en una comunidad religiosa es la minoría, lo que es equivalente, cuando la voluntad de la mayoría de una colectividad —religiosa o civil— coincide de hecho con la voluntad de Dios, no es inconveniente, sino conveniente al régimen democrático. Por el contrario, cuando la voluntad de la mayoría de los ciudadanos es distinta y contraria de la voluntad de Dios, disconforme de la Ley de Dios, es mala la democracia, no es conveniente la democracia, en tanto en cuanto contraría a la Ley natural, al derecho natural. Por eso, el régimen democrático es bueno para una colectividad de verdaderos cristianos, de católicos que piensan y quieren y actúan conforme a la voluntad de Dios, en la misma medida que es un régimen malo en una sociedad pluralista, en una sociedad donde los ciudadanos hacen caso omiso del saber y del querer de Dios.

Hay otro discurso perfectamente claro y concluyente: la democracia liberal, lo que vulgar y comúnmente se llama democracia se funda sobre el liberalismo filosófico, es decir, sobre el racionalismo —la creencia de que nada hay válido si no es racional— y sobre el naturalismo —la creencia de que ha de rechazarse todo aquello que se presente con pretensiones de sobrenatural. En efecto, la democracia española actual, igual que la francesa, la británica, la sueca, la estadounidense, la italiana, etc., están fundadas en principios puramente racionalistas y naturalistas, ateos o, lo que es equivalente en la práctica, laicistas, laicos. Es así que el liberalismo filosófico (como se ve por la encíclica “Libertas”, de León XIII, y por el “Syllabus”, de Pío IX) es contrario a la fe y a la filosofía y teología políticas del catolicismo; luego la democracia liberal es contraria e incompatible con el catolicismo, con el cristianismo auténtico. Quiere decirse que aquél que sea substantivamente católico sólo puede ser demócrata adjetivamente, secundariamente, accesoriamente, es decir, falsamente. Y viceversa. Lo vemos ya en la Ley mosaica: “No te dejes arrastrar al mal por la muchedumbre” (Ex. 23, 2), el fiel a Dios no puede aceptar la ley que le imponga democráticamente la muchedumbre, si es contraria a la Ley de Dios. Y en la misma Ley mosaica se considera la posibilidad de que sea “la asamblea toda del pueblo” la que hiciera “algo que los mandamientos de Yahvé prohiben”, dado que en la Biblia, “la voz del pueblo no es la voz de Dios”. Allí se dice cuál debe ser el sacrificio que el pueblo debe ofrecer “por el pecado de la asamblea” (Ley. 4, 13-21). De aquí que el hijo de Dios debe ser un resistente y un objetor de conciencia constante en la democracia laica. Y, por eso, Pío XII, en su Radiomensaje navideño de 1944 acepta sólo la “democracia sana”, la respetuosa de la Ley de Dios. Luis M Ansón director general de la agencia de noticias EFE tiene publicado en ABC de Madrid (13-X-59), un precioso artículo titulado “Pío XII y la democracia” con textos de varios Papas demostrativos de que el cristianismo es contrario a la democracia.

Por eso, los que se declaran prodemócratas, “ipso facto” se ponen en contradicción con la doctrina católica enseñada por la Tradición, las Escrituras y los Papas.

Revista Roma Nº 75 (1982)